Por Juan García
5 de agosto de 2024Con las vacaciones cambian nuestros hábitos, nuestro ritmo de vida y aumentan los momentos de socialización con nuestros seres queridos y nuestro entorno. Esa desconexión de la rutina diaria mejora nuestras habilidades sociales, nuestro humor y nos permite recargar pilas para volver a afrontar las obligaciones cotidianas. Sin embargo, hoy en día contamos con un potencial enemigo para esta desconexión que llevamos siempre encima: el teléfono móvil.
El verano es una época especialmente peligrosa para excederse con el tiempo que usamos el móvil, lo cual tiene importantes consecuencias sobre nuestra salud mental y nuestras relaciones con los demás. Así lo corrobora la psicóloga infanto juvenil Alejandra Riera Catalá, de Centro Creciendo Alicante, quien explica a Medicina Responsable las claves para no caer en usos conflictivos del teléfono.
“En las vacaciones la estructura de nuestro día a día cambia y tenemos más horas libres. Es un periodo para variar el foco de atención y hacer cosas diferentes que nos generen placer y tranquilidad, pudiendo así reducir los niveles de cortisol generados por el estrés del día a día y darle a nuestras células y órganos la oportunidad de repararse internamente, coger fuerza y estar preparado para afrontar otro periodo de rutinas”. Esta variación del foco, explica la psicóloga, es lo que nos ayuda a desconectar del mundo exterior para conectar con nosotros mismos, lo cual “implica escuchar las necesidades tanto físicas como emocionales que existen dentro de nosotros para recuperar el equilibrio emocional y físico”. Es ahí donde el teléfono móvil puede ser un impedimento, ya que “no nos permite prestar atención plena al momento presente y centrarnos en lo que estamos haciendo, lo que nos lleva a no desconectar”.
Las consecuencias de abusar del tiempo que pasamos con el móvil son visibles tanto a nivel físico como psicológico. “A nivel físico aparecen señales como fatiga ocular, cefaleas, dolor en la espalda por adquirir malas posturas, entre otros. A nivel psicológico hay señales como falta de atención, irritabilidad, dificultad para conciliar o mantener el sueño, conductas compulsivas de comprobación, impulsividad, baja tolerancia a la frustración, ansiedad o estrés”.
La estampa de ver a un grupo de jóvenes, y no tan jóvenes, juntos en la calle mirando cada uno su teléfono sin hablar entre ellos es cada vez más habitual. Una práctica que se traduce en “aislamiento social”: “Nos ayuda a conectar con los que están lejos, pero nos aleja de los que tenemos al lado”, apunta la psicóloga.
Unas prácticas que “repercuten directamente en el desarrollo y aprendizaje de las habilidades sociales y relacionales, en concreto de los niños y adolescentes. Esto se debe a que centran toda la atención en el contenido del teléfono y no exploran ni experimentan, privándose así de la oportunidad de aprender a relacionarse en persona”, indica la profesional de Centro Creciendo. La principal consecuencia es un “deterioro de los vínculos” con familiares y seres queridos, así como la aparición de “conductas de afrontamiento evitativo, recurriendo al uso del móvil para aislarse y no afrontar los problemas”.
A largo plazo, la factura de “encerrarse” en el universo a pequeña escala que ofrece el móvil puede ser aún mayor. “El sentimiento de soledad y aislamiento repercute directamente en la aparición de sintomatología emocional como ansiedad o depresión, pudiendo llegar a desarrollar creencias irracionales y disfuncionales que afecten a la autoestima y el autoconcepto”.
Actualmente, la especialista advierte que “la normalización” de estas conductas dificulta que “las personas que hacen un uso desmedido sean conscientes” de las implicaciones para su salud emocional y física. En caso de detectarlas en nuestro entorno, aconseja ayudar a esta persona “a tomar conciencia realizando preguntas que le permitan reflexionar sobre el tema. Ya que, si le confrontamos directamente, lo más probable es que se ponga a la defensiva y no nos escuche”.
La verdadera clave reside en la voluntad que tenga la persona de no caer en estas conductas, por lo que la psicóloga resalta la necesidad de un “compromiso de autocontrol” que parta de uno mismo.
También ayudan las herramientas de las que disponen la mayoría de los teléfonos actuales como “bienestar digital”, para llevar un seguimiento y control del tiempo que pasamos diariamente frente a las pequeñas pantallas. Estas aplicaciones también permiten restringir el tiempo de uso a unas horas determinadas o el total a lo largo del día.
Desde la Fundación Casaverde, dedicada a la investigación y el desarrollo científico y sanitario, aportan otra serie de claves para evitar que el uso excesivo de los móviles acabe generando conflictos en nuestro entorno. En el entorno de las relaciones de pareja, recomiendan incluso estipular unas reglas “pactadas y escritas” para fomentar el “diálogo cara a cara” sin que el móvil impida una comunicación fluida. Otras medidas que aconsejan es apagar los móviles durante las comidas, dejarlos aparte en momentos de reunión y silenciar las notificaciones. Para ello apuestan incluso por definir “sanciones” por incumplimiento en el seno familiar.
Son muchas las formas de poner coto al uso de los móviles. Las adicciones a los dispositivos digitales son un problema al alza que nos obliga a mantener un control estricto del uso que hacemos de teléfonos y tabletas para no caer en la paradoja de que las tecnologías que nos sirven para facilitarnos la comunicación terminen por empeorarla.