Por Peter BABEL
26 de agosto de 2025Al respirar -y al comer- ingerimos partículas de microplásticos. Todos los días. Y a todas horas. A no ser que usted sea pastor de cabras, y se pase la mayor parte del día al aire libre. Pero si no es así, en el interior de unas oficinas, de la cocina de su casa o del salón, por cada metro cúbico de aire se encontrarán más de 500 partículas de microplásticos, algunas de las cuales llegarán a su cuerpo.
Todavía es peor, el interior del automóvil, donde el número de partículas se multiplica por cuatro, y sobrepasan las 2.000. Ahora, en verano, cerramos herméticamente las ventanillas para que el aire acondicionado no se escape, y el interior del automóvil está lleno de plástico -desde el volante hasta el revestimiento interior de la carrocería, desde los acabados de la tapicería hasta la guantera- y las partículas se introducen en nuestros pulmones.
¡Ah! Y los alimentos que ingiere, sea en el restaurante o en su casa, se habrán transportado protegidos por una fina capa de plástico o por una bolsa, más gruesa, compuesta de polímeros.
Exceptuando al pastor de cabras y a las tribus que habitan espacios naturales, las personas de los países desarrollados transportamos miles de partículas microplásticos.
Y están en todo nuestro cuerpo: pulmones, heces y orina, tejidos hepáticos, sangre… incluso en la placenta y en la leche materna. Vamos, que antes los niños venían con un pan bajo el brazo y, ahora, llegan con su correspondiente dosis microplástica.
Si fuera verdad el brutal refrán de que “lo que no mata, engorda”, a lo mejor podría ser una vacuna… Pero no lo es.
Antes éramos polvo que volvíamos a ser polvo, y ahora arribamos a un polvo cenizoso… con partículas de microplástico.