Por Medicina Responsable
18 de abril de 2023Vivimos en un mundo de terribles contrastes, donde millones de seres pueden enfermar y morir por falta de alimentos y, unos kilómetros más allá, contraer enfermedades por comer demasiado o por obsesionarse en permanecer delgados. De la dieta saludable a la obcecación enfermiza por no engordar, hay el mismo trecho que desde el buen apetito a la glotonería. Y la ofuscación por la delgadez, ya no está restringido a un sector adolescente -mayoritariamente femenino- sino que ocupa todos los estratos de edad y ambos sexos.
En ese contexto, y habiendo tantos clientes, las promesas de cuerpos elegantes y delgados, sin ningún sacrificio -ni con ejercicios, ni con dietas- proliferan en un mundo de libre mercado, y allá cada cual con su fe en el mercado o su buen raciocinio. Pero hay ocasiones en que, de repente, surge una nueva posibilidad de adelgazamiento, que se extiende popularmente, sin que nadie haya constatado seriamente, ni la eficacia, ni los efectos secundarios que puede provocar.
Una de las últimas fiebres es la que asegura que unos determinados fármacos, eficaces para luchar contra la diabetes y contenerla, pueden ser empleados para adelgazar. Y abundan los que opinan que eso tiene claros y oscuros, pero nadie se opone, nadie investiga, y no existen referencias. Ignoramos de quiénes son las competencias, pero convendría que algún organismo, desde la Administración, advirtiera de que es peligroso ponerse a experimentar sobre el propio cuerpo, cuando ningún equipo de investigación se ha puesto a estudiar sobre el asunto.
