Por Lucía de Mingo
13 de enero de 2023El estudio de la microbiota intestinal ha tenido un aumento exponencial durante la última década. La microbiota de nuestro intestino pesa un kilo y medio, está formada por 100 billones de bacterias y cumple funciones digestivas e inmunes. De hecho, el endocrino Francisco Tinahones señala, en el marco del seminario web “El papel de la nutrición en la microbiota”, organizado por la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen), que nuestras digestiones serían mucho más pesadas si no tuviéramos la microbiota, incluso la absorción de determinados nutrientes sería más deficiente.
Con el paso de los años, nuestro estilo de vida ha cambiado y con él nuestra microbiota. Este cambio ha disminuido la incorporación de bacterias en nuestro intestino, tanto en cantidad como en calidad. “El aumento del uso de antibióticos, de la higiene y del uso de jabones antibacterianos, de las cesáreas e incluso la reducción en cuanto a número de miembros de la familia o de la lactancia han afectado a la microbiota”, afirma el doctor Tinahones.
Este tipo de cambios, en la llamada ecología humana, afectan a la composición de la microbiota, aunque los expertos todavía no saben si positiva o negativamente. No obstante, el endocrino relata que la obesidad fue una de las primeras enfermedades que se relacionó con los cambios en la microbiota. A esta enfermedad se suman la diabetes, la enfermedad inflamatoria intestinal e incluso el autismo y las enfermedades neurodegenerativas. “Existe una fuerte evidencia experimental de que la microbiota es un factor que influye en la grasa corporal. No obstante, hasta la fecha ninguna estrategia relacionada con la microbiota ha demostrado ser eficaz para luchar contra la obesidad y otras enfermedades metabólicas”.
Pero ¿cómo se puede modificar a través de la nutrición? Hay diferentes estrategias. Por un lado, determinados nutrientes tienen la capacidad de modificarla sin aportar bacterias vivas (efecto prebiótico) y a través de la dieta. También se pueden administrar bacterias vivas, por ejemplo, a través del yogurt (efecto probiótico); suministrar las sustancias beneficiosas para la salud que fabrican las bacterias (efecto postbiótico) o a través del trasplante fecal, es decir, cogiendo la microbiota de un sujeto sano, transferirla a un sujeto enfermo y ver si esta cambia.
El doctor Tinahontes afirma que los polifenoles de la dieta mediterránea probablemente sean los responsables del efecto probiótico. “El vino es un claro ejemplo, sus polifenoles tienen capacidad de modificar la microbiota incrementando el bífido bacteriano, una bacteria que tiene un poder claramente beneficiosos. Este fenómeno también ocurre con la cerveza negra y los frutos del bosque.
Por ese motivo, la doctora Pilar Rodríguez, miembro del Grupo de Trabajo de Nutrición de Semergen, da una serie de recomendaciones ligadas a la nutrición y a la microbiota. Entre ellas el consumo de frutas y verduras de temporada, de proximidad y sostenibles; de cereales integrales o de aceite de oliva virgen extra, además de evitar los ultraprocesados y prestar atención a las etiquetas nutricionales (sobre todo a valores como los azúcares refinados, la sal y las grasas). También indica que el uso de técnicas culinarias como el horno, la plancha, el salteado o cocciones como el hervido, cocido al vapor o el microondas son aconsejables, al igual que realizar actividad física.
Imagen: seminario web Semergen
Según Rodríguez la dieta occidental tiene muchas grasas, azúcares añadidos, proteínas de origen animal (sobre todo carne roja) y ultraprocesados. Además, tiene poca fibra, es decir, verduras, frutas, legumbres, semillas y granos integrales. Esto produce que se altere la barrera intestinal y se aumente el desarrollo de enfermedades crónicas no trasmisibles, fundamentalmente la obesidad. Por ello, llevar una dieta nutricionalmente saludable es esencial para garantizar que la microbiota intestinal desarrolle sus funciones correctamente y sus desajustes no deriven en este tipo de enfermedades.