Por Juan García
5 de septiembre de 2025La forma en que el poder adquisitivo condiciona la salud se hace especialmente palpable en el caso de la dieta. Hay estudios, como el realizado en 2023 por el Instituto Universitario CEU Alimentación y Sociedad y Fundación MAPFRE, que señalan que los hogares con menos ingresos llevan una peor alimentación que las familias con más nivel socioeconómico. Según otro informe del Ministerio de Sanidad, las tasas de obesidad infantil se disparan en las familias con menos recursos. El aumento del precio de la cesta de la compra pasa factura a nuestra salud y entre buena parte de la población cala la percepción de que el dinero es un importante condicionante para llevar una dieta equilibrada.
Está claro que la calidad se paga, y lo asequibles que son los productos ultraprocesados los convierten en un recurso socorrido y habitual para aliviar las cuentas de muchos hogares a final de mes. Sin embargo, para la nutricionista Laura Jorge, habría que desterrar la creencia de que tener menos recursos es un impedimento para mantener una dieta equilibrada. La especialista señala a Medicina Responsable que “se ha creado una falsa percepción de que comer saludable es una opción cara e inaccesible”, por lo que explica cómo se puede mejorar la relación entre el precio de la comida y una alimentación saludable.
Entonces, si comer bien no va reñido con tener más recursos económicos, ¿por qué comen peor quienes tienen menos? En esta respuesta intervienen más factores aparte del dinero, explica Jorge.
Para empezar, apunta que el bajo precio de los alimentos ultraprocesados se debe a “su producción masiva y la utilización de ingredientes de bajo coste y mala calidad”. No obstante, resalta que hay numerosos alimentos saludables asequibles para la población, como legumbres, huevos, avena o incluso verduras y frutas de temporada. Pero aparte del dinero, hay otros dos aspectos que juegan un papel fundamental: el tiempo y la educación. La falta de ambos lleva con frecuencia a recurrir a alimentos poco saludables y desterrar recetas sanas que requieren más medios o más tiempo para su elaboración. La falta de formación nutricional hace que, con frecuencia, las personas con pocos recursos no sepan entender el etiquetado de los productos para saber si son sanos o no, o normalicen el consumo de ultraprocesados.
Más que una simple brecha financiera, el hecho de tener horarios laborales que compliquen ir al mercado, ritmos de vida precarios y acelerados o contar con menos equipamiento culinario, sumado a la falta de información adecuada sobre alimentación, hacen que las personas de nivel socioeconómico más bajo descuiden más su alimentación.
La cuestión central de si comer sano es más caro o no ha sido fruto de numerosos debates y estudios. Una revisión sistemática de estudios en 27 países realizada por la Universidad de Harvard en el año 2013 concluyó que las dietas sanas (ricas en frutas, verduras, pescado, frutos secos) costaban en promedio 1,50 dólares más al día que las menos saludables (procesadas, refinadas). Más allá de lo discutible o no del dato, es importante entender cómo se puede trascender esta concepción de las dietas saludables como más caras.
Otro estudio más reciente aporta una pista de cómo se puede revertir esta percepción. La investigación, publicada en The Lancet Planetary Health, concluye que las dietas vegetarianas o que limitan el consumo de carne a algo esporádico (flexitarianismo) podrían suponer un ahorro de entre un 22 y un 34%. Y, aunque no hace falta llegar al extremo de adoptar una dieta vegetariana, reducir el consumo de carne y sustituirla por más fruta fresca y hortaliza, una de las asignaturas pendientes de los españoles, es una forma eficaz de reducir el precio de la compra.
Esta es una argumentación que respalda la nutricionista: “Es muy importante aumentar el consumo de verduras y frutas y disminuir el consumo de carne y pescado para llevar una alimentación saludable. En general, el precio de la carne y el pescado es más elevado que el de las frutas y verduras. Por tanto, si se disminuye el consumo de estos alimentos, siempre respetando la proporción adecuada en cada comida, y se aumenta el consumo de vegetales, la compra va a ser mucho más económica”.
El último estudio de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) sobre los hábitos alimenticios de los españoles también constata esta tendencia, señalando que “cada vez compramos más alimentos procesados y platos preparados, que suelen llevar más azúcar, grasa, sal y aditivos y poca fibra. Consumimos más carne, pescado, productos lácteos y dulces, en detrimento de las muy sanas frutas y verduras frescas”.
También en el Informe anual del consumo alimentario en España encontramos datos que respaldan esta visión. En 2024 la carne representó, de media, un 19,7% del presupuesto total gastado el alimentación y bebidas por los hogares españoles, mientras que en el caso de la fruta fresca fue algo menos de la mitad (9,49%). Los productos cárnicos, con un precio medio considerablemente superior (8,46 €/kg frente 2,37 €/kg la fruta) experimentaron una subida de precio de más del doble en 2024, por lo que hacer un menor consumo de carne puede en muchos casos ser sinónimo de ahorro y también de una dieta más sana.
Para hacer más económica la compra sin que deje de ser saludable, la nutricionista aporta una serie de recomendaciones básicas que comienzan por una buena planificación. Desde hacer “comidas de aprovechamiento” para no desperdiciar ningún resto o parte de algún producto, hasta hacer la compra en función de un menú semanal para no adquirir nada innecesario.
A la hora de decantarse entre productos, leer el etiquetado es fundamental para escoger la opción más saludable. Y, para ello, lo principal es entenderlos. Como principio general, la nutricionista señala que “cuantos menos ingredientes tiene un producto menos procesado es”, estando ordenados en el etiquetado de mayor a menor cantidad. Para orientar sobre las cantidades, señala que, si un producto lleva azúcar añadido, su concentración debe ser inferior a 5g/100g para ser considerado saludable; y en el caso de la sal, el aporte de un producto debe ser menos de 1g/100g. En cuanto a las grasas, la principal señala que debe ser el aceite de oliva. Por último, como alimentos a evitar destaca aquellos que lleven potenciadores de sabor o edulcorantes.