Por Nuria Cordón
6 de junio de 2025Laia tiene 23 años, y hace ocho empezó a sentirse mal, triste, sin ganas de salir ni de ir a clase. “No encajaba en ningún sitio, me costaba hacer amigos, no tenía esa mejor amiga que todas las chicas tenían a mi edad”, explicaba Laia, actualmente estudiante de Psicología, en el marco del XXIII Seminario Lundbeck, celebrado el pasado 30 de mayo en Sitges.
Al principio, todos esos sentimientos los dejó pasar, pero al cabo de un tiempo empezó a dormir y a comer mal, hasta que un día le dijo a su madre que necesitaba ir a un psicólogo. Sin embargo, el primer contacto con el profesional no fue todo lo bien que debería, “no tuve buen feeling”, por lo que volvió a dejarlo pasar hasta que en 4º de la ESO, dos años después, terminó por hundirse. “Empecé incluso a autolesionarme, como una manera de huir del dolor”, por lo que buscó otra psicóloga con la que, finalmente, sí encajó.
El origen de la depresión de Laia, que más tarde derivó en un diagnóstico de Trastorno Límite de la Personalidad, no está relacionado, según contó, con una situación de acoso o cualquier otro problema similar. “Yo lo tenía todo, con mi familia en Barcelona, sacaba buenas notas… me llevaba bien con todo el mundo, pero no tenía ese grupo, no encajaba con nadie”. De hecho, explica, “no dejé de ir a clase, la psicóloga me diagnosticó depresión grave, funcional, pero seguía en clase y aprobaba todo. Eso sí, llegaba tarde, me dormía, no salía al patio, me alejé de las pocas amistades que tenía… al final, cuando llegaba a casa, me pasaba las horas en la cama”.
Uno de los mayores problemas a los que se tenía que enfrentar Laia en su día a día era el de la incomprensión de su círculo más cercano. “En mi entorno nadie lo entendía, lo veían como si fuera pereza, como si yo pudiera hacer algo para remediarlo, pero era un agotamiento y una tristeza tan profunda que me anulaba como persona”.
Muchos de los comentarios que recibía de su entorno más cercano era que “estaba haciendo un drama, que espabilase, que parecía un fantasma… en vez de estar ahí”. Incluso sus padres ocultaban lo que pasaba, “no se hablaba abiertamente en reuniones familiares de la depresión, de lo que me pasaba, ni siquiera con mi hermano”.
También fue muy duro sobrellevarlo en el centro educativo, donde sufría muchos ataques de ansiedad y muchos profesores, “me miraban mal en vez de ayudarme y apoyarme. Lo pasé muy mal”.
Eso sí, la joven, con el tiempo, ha podido verlo desde otra perspectiva y se ha dado cuenta de que no puede culpabilizar a sus padres: “Ellos lo hicieron lo mejor que pudieron, yo misma no sabía expresarlo bien. Yo tampoco entendía qué me pasaba ni sabía cómo gestionarlo”.
Al igual que Laia, miles de jóvenes en nuestro país sufren problemas de salud mental. Según datos de la Encuesta Nacional de Salud (ENSE) 2023, del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 15,2% de las personas de entre 15 y 29 años ha sido diagnosticado con algún trastorno de salud mental, una cifra que ha aumentado en más de cinco puntos porcentuales en la última década, y, de acuerdo con el Estudio PsiCE, el mayor realizado en España sobre salud mental infanto-juvenil, el 6% de los adolescentes presentan síntomas graves de depresión y el 15% síntomas graves de ansiedad.
La adolescencia se caracteriza por ser un periodo de intensa transformación física, psicológica y social. Tal y como explicaba la responsable de Hospitalización Psiquiátrica Infanto-Juvenil del Hospital Universitario Central de Asturias, la doctora Elisa Seijo, la etapa que va desde los 12 a los 18 años es una etapa en la que “se vive con mucha intensidad. Aumenta el número de acontecimientos vitales y es un periodo de transición: entra un niño y sale un adulto”. Por ello, uno de cada cinco adolescentes “va a sufrir un trastorno depresivo”.
Los expertos señalan varios factores detrás de este incremento, incluyendo el uso excesivo de redes sociales, el acceso temprano a contenidos inapropiados (pornografía), la presión académica, la incertidumbre laboral y el impacto de la pandemia de la Covid-19. En general, tal y como expusieron los profesionales en el seminario, se está viendo un deterioro generalizado del bienestar emocional de los jóvenes. Muchos no encuentran espacios seguros para expresar lo que sienten, y los recursos públicos siguen siendo insuficientes. Por ello, desde las asociaciones profesionales y las organizaciones juveniles se reclama una mayor inversión en salud mental, la incorporación de psicólogos en centros educativos y atención primaria, y campañas de sensibilización específicas para este grupo de edad. “A partir de los 14 años, cuando se inicia un problema de salud mental, si comenzamos a tratar a los jóvenes adecuadamente, es posible que esta tendencia se reduzca”, explicaba Lorenzo Armenteros, médico de familia en Lugo (Galicia).
Las redes sociales es uno de los elementos en los que los expertos ponen más énfasis al hablar de salud mental en la infancia y en la adolescencia. “No somos conscientes del peso que tiene para la persona la imagen de las redes sociales, es una imagen más de su identidad”, explicaba Elisa Seijo. “Está cambiando la configuración de la identidad de las personas”. Además, el estar expuestos a tantos estímulos, a tantas recompensas, a estimulación que genera cambios, también está afectando.
No obstante, el punto de inflexión, según el doctor Armenteros, ha sido la pandemia, donde se han visto cambios, no solo en la salud, “sino en la sociología de los pacientes”, siendo las chicas las que tienen mayores problemas: el 23,2% sufre ansiedad frente al 12,2% de los chicos; y el 17% sufre depresión, frente al 7,3% de los chicos.
La depresión entre los más jóvenes se manifiesta, según el doctor Armenteros, con la soledad, a pesar de tener gente alrededor. “Están reunidos, pero usan el móvil, no hablan entre ellos. Son capaces de desahogarse a través de un teléfono, pero no en persona y todos necesitamos un abrazo de vez en cuando. Esas demostraciones de efusividad se han perdido”.
También se manifiesta en una baja autoestima, en tendencias de culpa, en un bajo rendimiento, en un cambio en la conducta alimentaria, en pensamientos suicidas y en autolesiones. Pero, si hay algo que caracteriza a estos jóvenes es, según el médico de familia, el “cansancio extremo”.
La atención primaria desempeña un papel crucial en la detección temprana de problemas de salud mental. Según datos del Ministerio de Sanidad, la ansiedad es el problema más común registrado en las historias clínicas de atención primaria, con 106,5 casos por cada 1.000 habitantes, afectando el doble a las mujeres que a los hombres. Sin embargo, el diagnóstico de la depresión y ansiedad en consulta aún es baja en comparación con la prevalencia real. “El médico de AP no se limita al diagnóstico, también hacemos el seguimiento y acompañamos al joven para que no se sienta solo en el proceso. Nuestro papel va mucho más allá de lo clínico, somos aliados esenciales en la recuperación y el bienestar emocional de la juventud. Tenemos el deber profesional y ético de contribuir a normalizar la salud mental, romper el estigma que aún la rodea y demostrar que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de fortaleza”, explicó el doctor Armenteros.
Pero existen retos en la atención primaria para el diagnóstico y tratamiento de estos pacientes, además de la escasez de tiempo. “Uno de los principales retos es la dificultad para realizar un diagnóstico precoz, ya que la depresión en la adolescencia y juventud suele comenzar con síntomas inespecíficos o somatizaciones, como dolores físicos, fatiga o trastornos del sueño”, explicaba el médico de familia. Además, “a muchos jóvenes les cuesta expresar su malestar emocional debido al estigma que aún persiste. Otro de los grandes desafíos es el de la formación. Las características propias de la depresión en adolescentes requieren capacitación específica para su detección clínica, así como para identificar factores de riesgo de suicidio, una complicación grave y creciente entre la población joven. Un diagnóstico adecuado y precoz es determinante para prevenir desenlaces graves, como el suicidio, el fracaso escolar, el aislamiento social o el consumo de sustancias”. Sin embargo, para todo ello, los médicos de familia “necesitamos mayor formación, los servicios de AP están sobrecargados y deberíamos tener una parcela en la que poder actuar”.
Los médicos de AP no son los únicos que necesitan recursos. Pese al aumento de casos, los especialistas en psiquiatría ponen de manifiesto que la proporción de psiquiatras infanto-juveniles sigue siendo muy reducida. Esta escasez de recursos produce retrasos diagnósticos. Además, las altas tasas de comorbilidad con la ansiedad, y la presencia de factores psicosociales y conductas autolíticas subrayan la necesidad de intervención multidisciplinar (primaria, psiquiatría, psicología y trabajo social).
XXIII Seminario Lundbeck. De izqda. a dcha. Celso Arango, director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital General Universitario Gregorio Marañón; Elisa Seijo, responsable de Hospitalización Psiquiátrica Infanto-Juvenil del Hospital Universitario Central de Asturias; Lorenzo Armenteros, médico de familia en Lugo (Galicia) y María Mayoral, coordinadora del Programa de Enlace Salud Mental y Educación Servicio de Psiquiatría, Psicología Clínica y Salud Mental Hospital Universitario La Paz.
Para poder hacer frente a los problemas de salud mental de los jóvenes, los psicólogos recomiendan fortalecer los programas de prevención, detección precoz y atención de la salud mental en atención primaria y otros sistemas sanitarios. También sugieren campañas de concienciación, mejorar el conocimiento y los datos oficiales actualizados, promover la formación de los profesionales del ámbito educativo y fomentar un espacio digital en clave de bienestar emocional. En este sentido María Mayoral, coordinadora del Programa de Enlace Salud Mental y Educación Servicio de Psiquiatría, Psicología Clínica y Salud Mental Hospital Universitario La Paz, explicaba que “los jóvenes tienen que saber que, si su estado de ánimo les está generando sufrimiento o alterando su funcionamiento diario, tienen que consultar con un profesional que haga una buena evaluación y determine la ayuda que necesita. Hay que insistir que es algo que nos puede suceder a cualquiera y que, de hecho, muchos de nosotros vamos a atravesar algún problema de salud mental a lo largo de nuestra vida”
La prevención en salud mental, como en cualquier otra enfermedad, es clave, por lo que hay que implementar estrategias efectivas y proporcionar recursos adecuados para el cuidado de la salud mental de los jóvenes en España. Para el profesor Celso Arango, director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital General Universitario Gregorio Marañón y catedrático de Psiquiatría en la Universidad Complutense de Madrid, “existen muchas evidencias de prevención en depresión, fundamentalmente en la etapa infanto- juvenil. Así, por ejemplo, hay estudios que muestran que el trauma en la infancia, tanto el acoso escolar como trauma físico – abuso sexual-, son factores de riesgo determinantes para desarrollar una depresión”.
También hay otros factores que tienen que ver como la dinámica familiar. “El nivel de conexión que exista es un factor protector para la depresión. Lo es también llevar una vida saludable: el ejercicio en la infancia es un protector, en cambio la obesidad y los trastornos metabólicos son factores de riesgo. Y por supuesto cualquier cosa relacionada con el estrés, a nivel familiar, en el colegio. Cualquier medida que influya en los factores de riesgo y aumentar los factores protectores va a dar lugar a una menor incidencia”.
En esta línea, la doctora Seijó habló del importante papel de la familia. “Un factor de prevención es, por ejemplo, que las familias cenen todos juntos. Esos momentos de encuentro donde aprendemos a pensarnos, a desarrollar habilidades de mentalización. Espacios que, desde pequeños, nos ayudarán a regular nuestras emociones”. Y es que, para la psiquiatra, “la adolescencia se trata en la infancia”.
Con respecto a la prevención del suicido como una de las principales consecuencias de la depresión en la población joven, el profesor Arango asegura que “se puede prevenir mediante un buen entrenamiento de los profesionales sanitarios, hay que realizar una buena detección a nivel de AP. También la disminución del consumo de tóxicos”. Eso sí, para el especialista, los abordajes en la prevención “tienen que ser transversales e integrales, no sólo en el ámbito sanitario. No hay ni un solo trastorno mental que no se pueda prevenir”.
A pesar del incremento de los problemas de salud mental entre la población más joven, es importante incidir en que todos ellos son tratables y tienen solución con el apoyo adecuado y el tratamiento correcto. Laia es el claro ejemplo de ello. En la actualidad estudia, trabaja y tiene una vida social como la de cualquier joven de su edad.