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Expedición Balmis: los niños que llevaron las primeras vacunas a América

Fue una gesta pionera, que combinó ciencia, solidaridad y humanidad. No solo salvó miles de vidas, sino que sentó las bases de la salud pública internacional

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Expedición Balmis: los niños que llevaron las primeras vacunas a América
La corbeta María Pita, fletada para la expedición, partiendo del puerto de La Coruña en 1803 (grabado de Francisco Pérez)

Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable

1 de diciembre de 2025

Hace más de dos siglos, un barco se despidió del puerto de A Coruña y zarpó hacia lo desconocido. No era una flota de conquistadores, ni un viaje de exploradores en busca de oro o territorios. Era un viaje de vida, de esperanza, de ciencia y de solidaridad. El 30 de noviembre de 1803 la corbeta María Pita partió del muelle coruñés con una misión revolucionaria: llevar la vacuna contra la viruela a las Américas y Filipinas. Así comenzó la Expedición Balmis, una de las gestas más extraordinarias de la historia de la medicina y de la humanidad.

El barco que llevaba la esperanza

A bordo de la María Pita iban dos médicos, cinco cirujanos, tres enfermeros y, sobre todo, 22 niños. Eran huérfanos de Madrid, La Coruña y Santiago, seleccionados porque nunca habían padecido la viruela. Eran los “niños de la vacuna”, los portadores vivos del virus atenuado que permitiría mantener la vacuna viva durante la travesía. El sistema era tan simple como ingenioso: se inoculaba la vacuna en un niño, y al cabo de unos días, se tomaba la linfa de la pústula y se inoculaba en otro, repitiendo el proceso durante todo el viaje. Así, la vacuna viajó de brazo a brazo, de niño a niño, cruzando océanos y continentes.

El líder de la expedición era Francisco Javier Balmis, un médico alicantino de origen humilde que había servido como médico de cámara del rey Carlos IV. Balmis era un hombre de ciencia, pero también de convicción y de valores. Creía en la medicina como herramienta de progreso y en la solidaridad como principio fundamental. La expedición no era una empresa comercial, sino filantrópica: su objetivo era salvar vidas, no obtener beneficios.

El reto de la viruela

En el siglo XVIII, la viruela era una de las enfermedades más temidas del mundo. Provocaba fiebre, erupciones cutáneas y, en muchos casos, la muerte. Los supervivientes quedaban marcados de por vida, y la enfermedad afectaba especialmente a los niños. En América, la viruela había diezmado poblaciones enteras, y la vacuna descubierta por Edward Jenner en 1796 era la única esperanza.

Pero la vacuna tenía un problema: era difícil de transportar. Se conservaba en placas de vidrio, pero el viaje por mar era largo y la linfa se deterioraba. Balmis tuvo la idea de utilizar a los niños como “bancos vivos” de vacuna, asegurando que el virus llegara sano y útil a su destino. Era una solución arriesgada, pero necesaria.

La expedición zarpó de A Coruña el 30 de noviembre de 1803. El barco navegó hacia Canarias y de allí a Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México, Filipinas, China y, finalmente, de regreso a España. En cada puerto, los médicos vacunaron a la población, enseñaron la técnica y dejaron ejemplares del tratado de Jenner para que la vacuna se extiendiera por todo el imperio español.

El papel de Isabel Zendal, enfermera coruñesa, fue fundamental. Ella cuidó de los niños, aseguró que la vacuna se conservara y que los médicos tuvieran todo lo necesario para su trabajo. Su labor fue silenciosa, pero decisiva. Sin ella, la expedición no habría sido posible.

El legado de Balmis

La Expedición Balmis es considerada la primera expedición sanitaria internacional de la historia. Fue una gesta pionera, que combinó ciencia, solidaridad y humanidad. Balmis no solo salvó miles de vidas, sino que sentó las bases de la salud pública internacional.

El impacto de la expedición fue enorme. La vacuna llegó a lugares donde nunca había estado, y millones de personas pudieron evitar la viruela. El método de transporte de la vacuna inspiró futuras campañas de vacunación, y el modelo de expedición sanitaria internacional se repitió en otras enfermedades.

Actualmente la Expedición Balmis es recordada como un ejemplo de lo que puede hacer la ciencia cuando se pone al servicio de la humanidad. Es una historia de coraje, de solidaridad y de esperanza. Los niños que partieron de A Coruña en 1803 no sabían que su viaje cambiaría el mundo, pero su gesta sigue viva en la memoria colectiva. La Expedición Balmis es también un recordatorio de la importancia de la salud pública y de la cooperación internacional. En un mundo globalizado, las enfermedades no conocen fronteras, y la solidaridad es la única manera de combatirlas.

La Expedición Balmis no fue solo un viaje de médicos y científicos. Fue un viaje de niños, de enfermeras, de marineros y de todos los que, de una manera u otra, contribuyeron a que la vacuna llegara a su destino. Es un homenaje a los héroes silenciosos, a los que trabajan en la sombra para que otros puedan vivir mejor. Por ese motivo, cuando recordamos la Expedición Balmis, no solo celebramos un logro científico, sino un acto de humanidad. Es una historia que nos enseña que, cuando la ciencia y la solidaridad van de la mano, el mundo puede cambiar para mejor. Y todo comenzó en un puerto gallego, un 30 de noviembre, hace más de dos siglos.

 



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