
Por Clara Arrabal
26 de noviembre de 2025“La afirmación de que las vacunas no causan autismo no se basa en evidencia científica”. Esta frase, completamente errónea, según la comunidad internacional, se puede leer desde hace unos días en la principal página web de divulgación en salud dependiente del gobierno de los Estados Unidos, la de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). También otras como la de que “los estudios científicos no han descartado la posibilidad de que las vacunas infantiles causen autismo” o que los CDC no habían relacionado hasta la fecha ambos términos “para prevenir la reticencia a la vacunación”. Todo falso, según la evidencia científica.
La relación entre la vacunación y el autismo está experimentando su mayor auge a día de hoy gracias a los movimientos negacionistas y antivacunas. Sin embargo, aunque carente de pruebas, no es una asociación nueva, ni siquiera de este siglo: surgió en los años 90 debido a la publicación de un estudio científico en The Lancet que fue eliminado por graves errores en la metodología; y que ahora parece haber rescatado la Administración Trump.
“Hay numerosos estudios y organismos internacionales que corroboran que no se ha encontrado ninguna asociación entre las vacunas y el aumento de los casos del Trastorno del Espectro Autista (TEA). Solo hace falta echar un vistazo a la literatura científica para darse cuenta de que estas afirmaciones son falsas, y son una gran irresponsabilidad”, ha explicado a Medicina Responsable Yvelise Barrios, Tesorera de la Sociedad Española de Inmunología (SEI), haciendo referencia a diferentes estudios epidemiológicos de gran tamaño, desarrollados en distintos países y con metodologías rigurosas.
La pasada semana los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades publicaron un comunicado en el que subrayan que los estudios no descartan la posibilidad de que las vacunas infantiles causen autismo y que las autoridades hayan ignorado estos indicios, por lo que el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS, por sus siglas en inglés) ha iniciado una evaluación exhaustiva de las causas de esta patología, que incluye investigaciones sobre posibles mecanismos biológicos y posibles vínculos causales. Sin embargo, la comunidad científica internacional se ha posicionado en contra de estas afirmaciones y cientos de asociaciones y organizaciones sanitarias han instado a Robert F. Kennedy Jr, secretario de Salud estadounidense, a rectificar.
En España, ha sido la Sociedad Española de Inmunología quien ha apelado a la disciplina y la información contrastada. “Añadir este tipo de afirmaciones en los CDC suponen un gran retroceso en la comunicación de seguridad vacunal. No hay una asociación causal demostrada por lo que es muy irresponsable afirmarlo. Este tipo de instituciones deben basarse en la evidencia científica y abstenerse de introducir dudas que circulan sin control por redes sociales”, ha explicado Yvelise Barrios. Además, ha añadido que es “científicamente improcedente”, y que emitir “un mensaje ambiguo puede generar confusión, debilitar la confianza en los programas de vacunación infantil y reavivar narrativas pseudocientíficas ya superadas”.
En este sentido, ha recordado el estudio elaborado en Dinamarca este año 2025 que evaluaba en más de 1,2 millones de niños la exposición a adyuvantes de aluminio en vacunas infantiles y su relación con 50 condiciones crónicas, incluido el autismo, sin encontrar ninguna asociación entre mayor exposición y riesgo de TEA. También ha nombrado a múltiples organismos internacionales de referencia, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) y otras agencias sanitarias como Academia Nacional de Medicina en Estados Unidos (NAM), y la John Hopkins Bloomberg School of Public Health, así como el Ministerio de Sanidad español; que también respaldan la evidencia científica. “Ir en contra de estos organismos es peligroso. Estamos siendo testigos del aumento de casos de sarampión en niños que no se vacunan, que es un riesgo para ellos y para sus contactos que pueden tener problemas inmunológicos. Así rompemos la inmunidad de rebaño, que es en lo que está basado el sistema de las vacunas”, ha subrayado Yvelise Barrios.
El origen de la asociación entre el aumento de casos de autismo y los programas vacunales comenzó en el año 1998, cuando el médico Andrew Wakefield presentó en la revista The Lancet una investigación preliminar que sostenía que 12 niños vacunados habían desarrollado TEA. "Pero con los años se demostró que el estudio no seguía una ética científica correcta, por lo que sus resultados finalmente fueron cancelados”, explica la experta. Esta se refiere a que se analizó a niños que tenían el sarampión, es decir, “que se seleccionaron de manera premeditada los casos”, como ha explicado la profesional.
“Esta no es la manera de hacer una investigación en serie, fue realizado de manera fraudulenta”, afirma. Por ello, The Lancet se retrató y canceló el estudio. Años después, en 2004, el Instituto de Medicina de Estados Unidos concluyó que no había pruebas de que el autismo estuviera relacionado con el autismo, y ese mismo año se hizo público que el Wakefield pidió antes de realizar su estudio la patente para una vacuna contra el sarampión, algo que se interpretó como un conflicto de intereses. Finalmente, en el año 2010 el Consejo General de Medicina de Reino Unido dictaminó que Wakefield "no era apto para el ejercicio de la profesión", debido a su comportamiento "irresponsable", "antiético" y "engañoso".