Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable
13 de enero de 2025“Me desperté esta mañana y lo primero que hice fue abrir Instagram. Treinta minutos después ya me sentí fatal con mi cuerpo”. Esta frase resume perfectamente la realidad a la que se enfrentan millones de jóvenes diariamente.
Y es que las redes sociales se han convertido en un espejo digital que, lejos de reflejar la realidad tal y como es, nos devuelven una imagen distorsionada de aquello que “deberíamos ser” y no somos.
En este contexto, la relación entre las redes sociales y la anorexia merece una atención especial, ya que estos espacios digitales pueden influir en el desarrollo y agravar los trastornos de la conducta alimentaria.
Imaginemos por un momento que somos una adolescente en busca de información sobre dietas saludables en Instagram. El algoritmo, diseñado para captar nuestra atención, comienza a mostrar contenidos relacionados: videos de ejercicios intensos, dietas restrictivas y, por supuesto, “trucos” para perder peso rápidamente. Sin darnos cuenta nos vamos adentrando en un mundo digital que normaliza comportamientos alimentarios peligrosos.
En este punto es importante subrayar que los algoritmos no distinguen entre contenido saludable y nocivo; simplemente se limitan a identificar patrones de interés y ofrecernos más de lo mismo. Esta es la razón por la que muchos usuarios terminan atrapados en lo que se conoce como “burbujas tóxicas de contenido”, un lugar en donde la línea entre el bienestar y la obsesión se desdibuja de una forma muy peligrosa.
En los últimos tiempos se han intensificado el número de comunidades online que promueven la anorexia como un “estilo de vida”, las cuales se conocen con nombres tan peligrosos como “pro-ana” (pro-anorexia) o “thinspo” (inspiración para adelgazar).
A pesar de los esfuerzos que realizan las plataformas para eliminar este tipo de contenidos, los promotores han desarrollado un lenguaje codificado para evadir la censura. Para ello utilizan hashtags aparentemente inocuos y crean comunidades privadas donde comparten consejos para perder peso y “trucos” para ocultar sus comportamientos a familiares y profesionales de la salud.
Por si fuera poco, a todo esto, hay que añadir otra herramienta muy peligrosa: los filtros, con ellos las redes sociales han introducido un nuevo nivel de distorsión en nuestra percepción de la belleza. Con su inestimable ayuda es posible descarnar nuestros rostros, constreñir nuestras cinturas y estirar nuestras piernas. A golpe de tecla es posible crear estándares de belleza literalmente imposibles de alcanzar.
¿Cuál es el resultado? Una generación que crece comparando su imagen real con versiones editadas y filtradas de otras personas, lo cual genera una profunda insatisfacción corporal muy difícil de combatir. Es como si no dejáramos de mirarnos en un espejo de feria creyendo que la imagen que nos devuelve es la normal.
Como sociedad necesitamos estar atentos a cualquier señal que indique que la relación de alguien con las redes sociales pueda afectar a su salud mental y a su relación con la comida. Entre las señales de alarma que podemos obtener está la obsesión por hacerse selfies y editarlos compulsivamente, comparar las imágenes en redes sociales, seguir de forma exclusiva cuentas centradas en dietas y ejercicio extremo, cambiar los hábitos alimentarios después de consumir determinados contenidos y aislarse socialmente.
En cualquier caso, y esto también es importante remarcarlos, no todo el contenido sobre salud y bienestar que circula en las redes sociales es negativo y hay influencers que promueven una relación saludable entre comida y cuerpo. En román paladino, no hay que demonizar las redes, sino aprender a utilizarlas de una forma responsable. Para ello es crucial que padres, educadores y profesionales de la salud trabajemos juntos para educar en el uso consciente de las redes sociales y promover una imagen corporal positiva. Solo de esta forma será posible contrarrestar el impacto negativo que estos espacios pueden tener en la salud mental, en especial en los trastornos alimentarios como la anorexia.