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¿Por qué evitamos decir “cáncer”?

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¿Por qué evitamos decir “cáncer”?
Imagen de PDPics en Pixabay

Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable

15 de julio de 2025

Hay palabras que pesan más de la cuenta. Algunas parecen despertar temores ancestrales con solo pronunciarlas. “Cáncer” es una de ellas. En reuniones familiares, charlas de cafetería o incluso en consultas médicas, solemos evitar decirla en voz alta. Hablamos de “la enfermedad”, “eso”, “el diagnóstico” o, a veces, nos limitamos a un gesto cómplice que deja intacta la gravedad sin nombrarla. ¿Por qué la palabra “cáncer” es tabú? ¿A qué le tememos realmente? ¿Nos protegemos o nos aislamos aún más con el silencio?

El peso cultural de una palabra

El cáncer lleva consigo una carga simbólica profunda. No es solo un diagnóstico médico: es, para muchos, un sinónimo de muerte, sufrimiento y finitud. Antes de ser tratado como enfermedad el cáncer fue monstruo mitológico -una amenaza que llegaba sin avisar, cambiando vidas en un instante-. Afortunadamente esta situación ha cambiado.

En muchas culturas, la palabra “cáncer” está tan asociada a desenlaces trágicos y dolorosos que parece preferible no nombrarla nunca. El lenguaje popular lo transforma en eufemismos: “Una larga y terrible enfermedad”, “la batalla” o, simplemente, “la lucha”. Quizás, creyendo que nombrar el mal lo llama o lo hace más real, optamos por el silencio.

¿Qué es un tabú y cómo se relaciona con el cáncer?

Según la antropología, un tabú es una prohibición social basada en sentimientos de miedo o repulsión hacia algo que desafía el orden o los valores colectivos. No es que el cáncer, como enfermedad, sea en sí mismo prohibido; lo prohibido es hablar de él, reconocer abiertamente lo que implica.

Este tabú se sustenta en tres mecanismos:

  • Temor al estigma: el concepto del “enfermo de cáncer” todavía carga con prejuicios y miradas de lástima, como si la enfermedad le quitara dignidad o posibilidades de vida.
  • Ansiedad ante la muerte: la sola palabra nos recuerda nuestra vulnerabilidad, la posibilidad latente de que algo cambie para siempre.
  • Desinformación y desconocimiento: lo que no se entiende, asusta más. Y alrededor del cáncer circulan mitos y falsas creencias que lo alejan del terreno de lo inteligible.
    El impacto del silencio

El tabú no es inofensivo. En muchas familias evita que se pregunte con honestidad cómo está quien recibe el diagnóstico; en los hospitales, a veces inhibe que pacientes y médicos compartan información completa, temiendo herir o angustiar más de la cuenta.

Este silencio puede ser cruel. Quien padece cáncer puede sentirse aún más solo, aislado, incapaz de expresar su miedo real, su dolor o su esperanza. También genera una dinámica donde lo no dicho se magnifica: la enfermedad se convierte en un monstruo imposible de enfrentar de frente.

No decirlo no lo hace menos real

Detrás del uso de eufemismos o del silencio suele haber intención de proteger: proteger a los niños, a los mayores, a nosotros mismos. Pero este “proteccionismo” puede convertirse en un muro que aísla. Cuando alguien no puede compartir lo que siente, crece el sentimiento de extrañeza, de no pertenencia.

Una raíz del tabú nace de antiguas creencias: asociar el cáncer a un castigo divino, a una “culpa” personal o a la mala suerte. Aunque la ciencia ha demostrado que el cáncer tiene causas múltiples y complejas (genéticas, ambientales, conductuales), las fallas de esas creencias persisten y muchas personas sienten vergüenza o culpa al recibir el diagnóstico.

Este estigma no solo atañe a la persona diagnosticada. También condiciona la forma en la que el entorno se relaciona con ella: muchas amistades se distancian, los familiares pueden caer en el exceso de protección o, al contrario, evitar el tema por una incomodidad mal entendida.

El poder de nombrar: ¿Qué sucede cuando decimos “cáncer”?

Las palabras tienen poder para herir, pero también para sanar. Nombrar el “cáncer” significa ponerlo en el centro, quitarle parte del misterio que lo rodea, abrir un espacio para el diálogo, la honestidad y la compañía. Al hablar abiertamente de “cáncer”, podemos:

  • Facilitar el acceso a la información: se anima a preguntar, a buscar, a entender mejor su situación.
  • Promover la empatía y el apoyo: cuando se expresa el miedo o la tristeza, el entorno puede acompañar de forma más auténtica.
  • Fomentar conductas de prevención: si se puede hablar del tema también se puede hablar de exámenes, diagnósticos y factores de riesgo.
  • Construir comunidad: compartir experiencias puede ayudar a otras personas a sobrellevar su proceso.
  • Reflexiones empáticas: cómo acompañar desde el lenguaje

Como médico he visto y escuchado muchas historias en las que el silencio pesaba más que una mala noticia. He constatado que a veces la mayor angustia no viene del diagnóstico, sino de la soledad para enfrentarlo. La forma en que los medios hablan (o no) del cáncer impacta directamente en la percepción social. Utilizar el término con naturalidad, compartir testimonios reales, mostrar avances científicos y huir del sensacionalismo puede colaborar a desmitificar.

Nombrar al cáncer es el primer paso para enfrentarlo. Hablarlo no significa perder el respeto al dolor o trivializarlo, significa darle su lugar: un tema difícil, pero necesario, como muchos otros en la vida. Solo poniéndolo en palabras podemos acceder a la comprensión, al acompañamiento y, muchas veces, a la esperanza.

 



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