Por Luis del Val
26 de julio de 2024Pertenezco a una generación que, de niño, era difícil que sus cuatro abuelos estuvieran vivos. Ahora, los niños, suelen conocer a sus cuatro abuelos y, o bien los llevan o recogen del colegio, o bien viven en una residencia. Cuando el abuelo ya no sirve para quedarse con los nietos los fines de semana, o acompañarlos a la escuela, se considera que sirve ya para poco, y lo ingresan en una residencia. Siempre y cuando no pertenezcan a la etnia gitana, porque los gitanos jamás han enviado a un abuelo a una residencia. No, no, no es por falta de dinero, sino por su sentido de la dignidad, diferente de la del payo.
Los abuelos de las generaciones anteriores tenían la cortesía de morirse a una edad prudente, con lo que la hucha de las pensiones aguantaba. Los abuelos actuales nos resistimos algo más, y cada vez hay más abuelos y más perros, y menos niños. Como los perros no pagan impuestos, y los niños, al hacerse mayores, pagan bastante, pero son pocos, las pensiones están en peligro, y no tardará mucho tiempo en que la edad la jubilación se aproxime a la de los cardenales: 75 años.
Esa es la razón por la que un servidor, cuando en algún acto administrativo, o médico, me preguntan la edad, añado a continuación esta coletilla: “con perdón”. Pido perdón por no haberme muerto a una edad razonable, con objeto de no descompensar el fondo de pensiones.
¡Ah! Y un abrazo a Raphael, un abuelo que me enseñó algo que he seguido: lograr, que mis nietos me llamen por mi nombre, tanto a mí como a su abuela. El razonamiento de Raphael es irreprochable: si él llama a cada uno de sus nietos por su nombre, y no les dice “nieto esto, o nieto lo otro”, ¿por qué le van a quitar ese nombre por el que todos le llaman? Y no es coquetería simplona. Ser abuelo es hermoso, pero que los nietos te llamen como lo hacen todos los demás produce cierta cómoda y sentimental camaradería.