Por Sergio Díaz
28 de noviembre de 2024El cáncer es una de las principales preocupaciones de salud en España, no solo por el número de personas afectadas, sino también por el impacto que tiene en la vida de quienes lo padecen. Según las proyecciones de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), en 2024 se han diagnosticado cerca de 286.664 nuevos casos de cáncer en España, lo que supone un incremento del 2,65% respecto al año anterior. Los cánceres de mama, colorrectal, pulmón, próstata y vejiga urinaria son los más comunes, representando la mayor parte de los diagnósticos.
Sin embargo, además de estos tipos de cáncer más frecuentes, existen otros que, aunque menos comunes, también están aumentando en incidencia. Uno de ellos es el cáncer de tiroides, una enfermedad que, a pesar de no ser tan prevalente, ha mostrado un aumento en su frecuencia en los últimos años.
Según las previsiones de la SEOM y la Red Española de Registros de Cáncer (REDECAN), en 2024 se han diagnosticado un total de 6.345 nuevos casos de cáncer de tiroides en España. De estos casos, la mayoría afecta a mujeres, con 4.775 diagnósticos, mientras que los hombres representan alrededor de 1.570 casos. Aunque el cáncer de tiroides no ocupa los primeros lugares en cuanto a frecuencia de diagnóstico, su creciente incidencia y la posibilidad de que algunos tipos sean agresivos hacen importante su seguimiento y atención.
La tiroides es una glándula endocrina con forma de mariposa que se encuentra en la parte inferior del cuello, justo debajo de la nuez. Su principal función es producir hormonas que regulan importantes procesos del organismo, como el metabolismo, la temperatura corporal, el ritmo cardíaco y el peso. En un estado saludable, la tiroides no suele ser palpable y no causa molestias.
El cáncer de tiroides se produce cuando las células de esta glándula comienzan a crecer de manera descontrolada. A pesar de que la mayoría de los casos de cáncer de tiroides crecen de forma lenta, algunos tipos pueden ser más agresivos. Afortunadamente, la mayoría de estos cánceres son tratables y tienen una tasa de curación elevada, especialmente cuando se detectan en etapas tempranas. Las técnicas de diagnóstico por imagen, como las tomografías computarizadas y las resonancias magnéticas, han mejorado significativamente la detección de tumores pequeños que responden bien al tratamiento.
Existen varios tipos de cáncer de tiroides, pero los más comunes son el carcinoma papilar, el carcinoma folicular, el carcinoma medular y el carcinoma anaplásico. De estos, el más frecuente es el carcinoma papilar, que se ha incrementado en los últimos años. Este tipo de cáncer tiene un crecimiento lento y, en muchos casos, se detecta en una fase subclínica, es decir, antes de que aparezcan los síntomas evidentes.
El carcinoma papilar es el que con mayor frecuencia se encuentra en su fase inicial, lo que lo hace más tratable. Sin embargo, el carcinoma anaplásico, que es más raro, es uno de los tipos más agresivos y de peor pronóstico. A pesar de que este último tipo es menos común, su aparición representa un reto para los médicos debido a su rapidez en el crecimiento y la dificultad para ser detectado a tiempo.
En sus primeras etapas, el cáncer de tiroides no suele provocar síntomas notorios. Sin embargo, a medida que el tumor crece, pueden aparecer varios signos que pueden ser indicativos de la enfermedad. Entre los síntomas más comunes se incluyen:
-Un bulto palpable en el cuello, especialmente en la zona donde se encuentra la tiroides.
-Sensación de presión o incomodidad en el cuello, que puede dificultar el uso de ropa ajustada.
-Cambios en la voz, como ronquera progresiva que no mejora con el tiempo.
-Dificultad para tragar alimentos o líquidos, debido a la presión sobre el esófago o la tráquea.
-Hinchazón de los ganglios linfáticos en el cuello, lo que podría ser una señal de que las células cancerosas se han diseminado.
-Dolor en el cuello o la garganta, que puede ser persistente o intermitente.
Es fundamental prestar atención a estos síntomas y consultar a un médico especializado en endocrinología u oncología si se presentan. Detectar el cáncer de tiroides en sus etapas iniciales aumenta las probabilidades de éxito en el tratamiento y mejora el pronóstico para los pacientes.
El diagnóstico del cáncer de tiroides generalmente comienza con una evaluación clínica, seguida de pruebas de imagen como ecografías, tomografías o resonancias magnéticas para visualizar la glándula tiroidea y detectar posibles anomalías. En algunos casos se realiza una biopsia (extracción y examen de una muestra de tejido), para confirmar el diagnóstico.
El tratamiento más común para el cáncer de tiroides es la cirugía, que suele ser seguida de terapia con yodo radiactivo en los casos en los que es necesario eliminar el tejido tiroideo restante o destruir células cancerosas que pudieran haberse diseminado. Además, en ciertos tipos de cáncer de tiroides, como el carcinoma medular, pueden ser necesarias terapias dirigidas o quimioterapia.
El pronóstico del cáncer de tiroides es generalmente favorable, especialmente en los casos de cáncer papilar, que son los más comunes y con mayor tasa de curación. La tasa de supervivencia a cinco años para este tipo de cáncer es muy alta, aunque depende de factores como la edad del paciente, el tamaño del tumor y la presencia de metástasis.