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Fallece James Watson, el genio que descifró el secreto de la vida

Un legado brillante y una figura controvertida que ya descansa en el Olimpo de la Historia de la Ciencia

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Fallece James Watson, el genio que descifró el secreto de la vida
James Watson, descubridor de la estructura del ADN.

Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable

7 de noviembre de 2025

Con el fallecimiento de James Watson a los 97 años la comunidad científica despide a una figura fundamental del siglo XX, un hombre que, con una mezcla de intuición y audacia, abrió la puerta a la era de la genética moderna. Su nombre estará para siempre ligado a la icónica doble hélice del ADN, el símbolo universal de la vida misma.

La historia del descubrimiento de la estructura del ADN es una saga fascinante, digna de una novela, que mezcla ambición, colaboración, competencia feroz y un toque de genio. Y en el centro de esa historia estaba James Watson, un prodigio que, con solo 25 años, logró uno de los hitos científicos más importantes de la historia.

El joven prodigio y la obsesión por el gen

Nacido en Chicago en 1928, Watson fue un niño prodigio que entró en la Universidad de Chicago con solo 15 años. Desde el principio su mente estaba obsesionada con un único problema: el secreto del gen. Quería saber qué era exactamente lo que se transmitía de padres a hijos, esa misteriosa molécula que contenía las instrucciones para la vida.

En 1951, mientras asistía a un simposio en Nápoles, un joven Watson vio los resultados preliminares de la difracción de rayos X del ADN de Maurice Wilkins. Aquellas imágenes, aunque borrosas, encendieron una chispa en su mente: el ADN debía tener una estructura regular, repetitiva. La biología tenía una arquitectura molecular precisa, y él estaba decidido a encontrarla.

Cambridge, Crick y la carrera frenética

Ese otoño, Watson se trasladó al laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge, un centro de física de élite, con la esperanza de poder trabajar en el problema del ADN. Allí conoció a Francis Crick, un físico brillante y conversador, casi 12 años mayor que él, que también había virado hacia la biología. La conexión fue instantánea. Compartían una impaciencia y una pasión por el problema del gen que a menudo chocaba con la cautela de sus superiores.

Su método era inusual: construían modelos de cartón y alambre, probando diferentes configuraciones moleculares como si de un rompecabezas tridimensional se tratase. Mientras tanto, en el King's College de Londres, Maurice Wilkins y Rosalind Franklin realizaban un trabajo experimental crucial, obteniendo imágenes de difracción de rayos X de una calidad sin precedentes.

La competencia era intensa. Linus Pauling, una eminencia en química en California, también estaba cerca de una solución. La carrera era una mezcla de colaboración y rivalidad, con información que fluía a través de canales formales e informales.

La "fotografía 51" y el momento eureka

El momento crucial llegó a principios de 1953. Watson, en una visita al King's College, vio la famosa "foto 51" de Rosalind Franklin, una imagen de difracción de rayos X de alta calidad del ADN. Aunque Franklin no la había compartido directamente con él, la imagen -vista a través de Wilkins- le proporcionó la pista visual definitiva: la molécula tenía una estructura helicoidal.

De vuelta en Cambridge, con esa imagen en mente y una comprensión de la simetría molecular, Watson y Crick se pusieron a trabajar frenéticamente. Combinando la pista visual con las reglas químicas de apareamiento de bases (adenina con timina, guanina con citosina), la estructura encajó como por arte de magia. El 28 de febrero de 1953, Watson y Crick declararon a quien quisiera escucharles que habían "descubierto el secreto de la vida". La estructura era una elegante doble hélice, con las bases nitrogenadas emparejadas en el interior, como los peldaños de una escalera de caracol. El 25 de abril de ese año, la revista Nature publicó su breve artículo, que cambiaría el curso de la ciencia para siempre.

Un legado complejo

El descubrimiento de la doble hélice es uno de los grandes triunfos de la ciencia del siglo XX. Explicó instantáneamente cómo se almacena la información genética y cómo se replica la vida, sentando las bases para todo, desde la ingeniería genética hasta las pruebas de ADN forenses y la medicina personalizada. Watson y Crick, junto con Maurice Wilkins, recibieron el Premio Nobel en 1962. Tristemente Rosalind Franklin no pudo compartir el premio, ya que había fallecido de cáncer de ovario en 1958.

Sin embargo, el legado de Watson es complejo. A lo largo de su vida, fue una figura brillante, pero también controvertida. Sus comentarios públicos sobre raza, inteligencia y otros temas fueron a menudo ofensivos y provocadores, lo que le valió la condena de gran parte de la comunidad científica y le llevó a perder títulos honoríficos y cargos.

Hoy, al despedirnos de James Watson, recordamos al joven genio impetuoso que vio la forma de la vida. Su descubrimiento fue un regalo inmenso para la humanidad, una revelación que nos permitió comprendernos a nosotros mismos a un nivel molecular. A pesar de las sombras que ensombrecieron sus últimos años, la luz de su logro científico brilla con una intensidad que durará generaciones. La doble hélice, ese elegante símbolo de la existencia, es su homenaje eterno. Descansa en paz.



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