Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable
29 de abril de 2025Imaginemos por un instante el bullicio constante de un hospital: el pitido de los monitores, el zumbido de los equipos, las luces siempre encendidas, y el ir y venir permanente del personal. Todo este ecosistema vital depende intrínsecamente de una fuente de energía estable y confiable.
En un hospital un apagón no es solo una molestia, es una potencial catástrofe que podría comprometer vidas en cuestión de segundos. Por este motivo la preparación para estos eventos es una ciencia y un arte en sí mismos, una coreografía perfectamente sincronizada de ingeniería, tecnología y protocolos humanos.
La génesis de la estrategia anti-apagones de un hospital se encuentra en los grupos electrógenos, esos robustos “pulmones” de energía de emergencia. Como es fácil imaginar no son pequeños generadores portátiles, son robustas máquinas industriales capaces de generar la electricidad suficiente para mantener funcionando todo el hospital, desde la humilde bombilla del pasillo hasta los sofisticados equipos de soporte vital en la UCI y los delicados escáneres de resonancia magnética.
Estos gigantes de la energía residen en salas de máquinas especialmente diseñadas, a menudo ubicadas en sótanos o edificios anexos, protegidas de las inclemencias del tiempo y con sistemas de ventilación y refrigeración propios para garantizar su funcionamiento óptimo incluso en las condiciones más adversas.
El primer acto de esta obra de resiliencia energética es la detección instantánea del fallo eléctrico. Los hospitales están equipados con un sofisticado sistema de monitorización que vigila constantemente la calidad del suministro eléctrico de la red principal. En el momento en que se detecta una caída de voltaje significativa, una fluctuación de frecuencia peligrosa o un corte total, se activa una alarma silenciosa que pone en marcha toda la maquinaria de respuesta.
Pensemos en este sistema como un vigilante electrónico con ojos de halcón, siempre alerta ante cualquier anomalía en el flujo de electrones. Al menor signo de problema da la señal para que el “plan B” entre en acción.
Una vez detectado el apagón, el siguiente paso es la puesta en marcha automática de los grupos electrógenos. Estos colosos no necesitan una llave ni un botón manual, están dotados de sistemas de arranque automático que, al recibir la señal de emergencia, inician una secuencia de encendido preprogramada. Este proceso es increíblemente rápido, crucial para minimizar la interrupción del suministro. Hablamos de un lapso de tiempo que se mide en segundos, generalmente, entre 10 y 15.
Una vez que los generadores alcanzan su régimen óptimo de funcionamiento, la electricidad que generan debe dirigirse a los circuitos del hospital. Aquí entran en juego los conmutadores de transferencia automática (ATS). Se trata de dispositivos inteligentes que actúan como directores de tráfico aéreo electrónicos, detectando la disponibilidad de energía de ambas fuentes -red principal y generadores- y redirigiendo el flujo de electrones desde la autopista de la red eléctrica hacia las pistas de aterrizaje de los generadores.
Este cambio de manos energético se realiza de forma suave y coordinada, evitando cualquier “apagón dentro del apagón”. Los ATS aseguran una transición casi imperceptible para los equipos conectados.
En un hospital, no toda la electricidad es igual de vital durante una emergencia. Por eso, el sistema eléctrico de respaldo está diseñado con una priorización de cargas. Los circuitos que alimentan los equipos de soporte vital (respiradores, monitores cardíacos, bombas de infusión), las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), los quirófanos, los laboratorios de análisis críticos (donde las muestras urgentes no pueden esperar), los bancos de sangre (guardianes de la vida), los sistemas de iluminación de emergencia y los sistemas de comunicación tienen la máxima prioridad. Estos se conectan de inmediato a la energía de los generadores.
Pensemos en esta priorización como un sistema de triaje energético. Los recursos se asignan primero a aquellos que más los necesitan, asegurando que la atención crítica no se vea interrumpida.
Las cargas menos críticas, como la iluminación no esencial en áreas administrativas o los sistemas de climatización no vitales, pueden conectarse posteriormente o incluso desconectarse temporalmente si la capacidad de generación es limitada. El confort pasa a un segundo plano cuando la vida está en juego.
La autonomía energética del hospital está estrictamente regulada por normativas y puede variar según el tamaño y la criticidad del hospital, pero generalmente oscila entre las 24 y las 72 horas de funcionamiento a plena carga.
En hospitales de gran tamaño y con un alto nivel de criticidad a menudo se implementa la redundancia en el sistema de generación de emergencia. Esto significa tener múltiples grupos electrógenos, cada uno capaz de cubrir una parte significativa o, incluso, la totalidad de la carga del hospital. Si un generador falla, por la razón que sea, los otros pueden asumir la carga, proporcionando una capa adicional de seguridad y evitando cualquier interrupción prolongada.
En fin, un hospital es una verdadera fortaleza de energía, capaz de mantener la luz, el oxígeno, la información y la capacidad de atención incluso cuando el mundo exterior se oscurece. Es un compromiso inquebrantable con la seguridad y el bienestar de los pacientes, una promesa de que, pase lo que pase, los sanitarios estamos ahí, con la energía y la determinación necesarias para seguir salvando vidas. La electricidad puede fallar, pero nuestro compromiso... ¡jamás!