
Por Juan García
24 de diciembre de 2025Los encuentros con familiares y seres queridos, las celebraciones, regalos y fiestas de la época navideña suelen presentarse como una promesa de alegría compartida. Sin embargo, para quienes echan en falta en estas fiestas a un ser querido, la pérdida se hace más palpable en estos encuentros, dando lugar para muchas personas a lo que se denomina como el “síndrome de la silla vacía”. La ausencia se hace visible con la falta de esa silla que ocuparía la persona, o en la foto de familia, provocando una fuerte tristeza y nostalgia que se opaca en ocasiones con la pretensión de aparentar normalidad.
“El duelo no desaparece en Navidad; al contrario, puede amplificarse”, explica el doctor Javier Quintero, jefe de Servicio de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Universitario Infanta Leonor y profesor titular de Psiquiatría en la Universidad Complutense de Madrid. Según el especialista, estas reuniones reactivan dinámicas familiares, recuerdos y expectativas que aumentan la vulnerabilidad emocional. Frente a ello, propone una serie de recomendaciones prácticas para atravesar estas fechas con mayor cuidado psicológico.
Uno de los primeros focos de tensión en Navidad son los roles familiares que tienden a reactivarse casi de forma automática. “Todos tenemos un guion aprendido: el que media, el que cuida, el que calla o el que explota”, señala Quintero. Identificar qué papel reaparece y cuál es el que más incomoda permite introducir pequeños cambios. Hacer una pausa antes de responder, respirar y elegir una reacción distinta puede modificar la energía del encuentro y reducir la escalada de conflictos. No se trata de cambiar a los demás, sino de ajustar la propia respuesta.
La sobrecarga es otro factor clave. Asumir que todo debe salir perfecto suele aumentar el estrés y la irritabilidad. “No hace falta hacerse cargo de todo”, subraya el psiquiatra. Repartir tareas con antelación, permitir que otros colaboren y aceptar que no todo saldrá como se planea ayuda a rebajar la presión. Introducir momentos de calma y reservar espacios a solas para recargar energías no es egoísmo, sino una forma de autocuidado que protege la salud mental durante las celebraciones.
Más allá de gestionar el malestar, Quintero propone recuperar activamente la ilusión. Una vía eficaz es reconectar con aquello que emocionaba en la infancia: gestos sencillos como poner luces, escuchar música concreta o ver una película especial. Estas acciones, explica, “reactivan circuitos de motivación y liberan dopamina”, lo que contribuye a recuperar energía y esperanza. Además, conectan con los vínculos y los recuerdos significativos, despertando una ilusión que no se fuerza, sino que surge de forma natural.
Quizá la recomendación más importante es permitirse sentir. “No hay que obligarse a estar bien”, afirma Quintero. La tristeza, el enfado o el deseo de estar solo forman parte del proceso de duelo. Aceptar la emoción reduce la presión de aparentar felicidad y evita que el dolor se intensifique por la evitación. Recordar a la persona ausente con un gesto simbólico —una mención, una vela, un brindis— puede ayudar a integrar la pérdida en la celebración, en lugar de silenciarla.
El síndrome de la silla vacía no es una patología, sino una respuesta humana ante la ausencia. Reconocerla, cuidarse y flexibilizar expectativas permite transitar la Navidad con mayor autenticidad. Como resume Quintero, “no se trata de borrar el dolor, sino de aprender a convivir con él sin que lo ocupe todo”. En ese equilibrio, las celebraciones pueden transformarse en espacios más honestos y compasivos, donde el recuerdo también tenga un lugar en la mesa.