
Por Juan García
24 de noviembre de 2025Ejercer la medicina requiere, además de un sólido conocimiento científico sobre la disciplina, una serie de habilidades relacionales, sociales y vocacionales. Dominar el vademécum y tener el ojo clínico afinado son cualidades imprescindibles, pero para pasar ocho horas (en el mejor de los casos) diarias pasando consulta, también es necesario ser capaz de mostrar empatía, cercanía y facilitar una relación médico-paciente fluida y de confianza.
El extenso y complejo programa formativo que deben superar los médicos, que se alarga durante al menos diez años entre la carrera y la especialidad, sumado a las elevadas notas de corte que exigen las universidades públicas para entrar a estudiar el grado, hacen que el conocimiento teórico se dé casi por descontado. Sin embargo, los programas formativos y el sistema de acceso a la universidad flaquean a la hora de valorar los aspectos más vocacionales. Es por ello que, ante problemas como la dificultad para cubrir determinados puestos de médico, hay no pocas voces en el sector que se plantean si se debería fomentar un sistema que no buscara solo alumnos con notas excelentes, sino personas con una vocación decidida para escuchar y tratar de mejorar la calidad de vida de los pacientes.
La realidad es que en las facultades de Medicina entran los mejores expedientes, pidiendo notas de corte superiores al 13 sobre 14 en la EBAU. Y para los que no llegan a esas notas, la alternativa es tratar de acudir a través de un grado superior (donde también pesan las notas del bachillerato) o acudir a universidades privadas, donde las notas de corte son más bajas o incluso inexistentes, lo que plantea importantes barreras económicas de acceso: si no tiene buenas notas, solo entra quien se lo puede permitir.
Esta elevada exigencia académica se ha traducido en un boom de las universidades privadas, que las últimas dos décadas han aumentado sus plazas cinco veces más que las públicas, como señala el último informe de Demografía Médica elaborado por la Organización Médica Colegial.
Por otro lado, la existencia de un sistema centrado en las notas se mezcla con el prestigio asociado a estudiar Medicina, llevando en algunos casos a una presión social que se traduce en jóvenes estudiando medicina por no “desperdiciar” su nota o incluso por indicación de sus padres o de su entorno. “No todos los alumnos con un 13 tienen por qué ser médicos, ni todos los médicos tendrían por qué sacar una nota tan alta”, reflexiona a este respecto la doctora María José Gamero, responsable del área de residentes y tutores en la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen).
La pregunta de fondo es si, por el camino de filtrar a los estudiantes en función de sus notas, seleccionando solo a los más brillantes académicamente, estamos dejando fuera otro perfil de alumnos con resultados más bajos, pero con capacidad y entusiasmo para asumir lo que supone el ejercicio de la Medicina. “Hay otros trabajos que pueden ser aprendidos, pero este es vocacional”, considera Gamero. Y en una especialidad como medicina de familia, el peso vocacional es mucho mayor, reconoce, por lo que este debate cobra un especial sentido.
Las plazas de esta especialidad son las que más tarde se agotan cada año en la convocatoria MIR, habiendo dejado centenares de vacantes en años anteriores. Esta es una situación que ha cambiado este año, cuando se han cubierto todas las ofertadas tras años al haber eliminado las notas de corte. Algo que sustenta esta tesis de cómo, entre los médicos que no sacan las notas más altas, hay muchos dispuestos a dedicarse a esta rama de la medicina. Por el contrario, año tras año vemos cómo especialidades como dermatología u otras que no incluyen la realización de guardias son las que primero se agotan, algo que es interpretado con frecuencia como una prueba de un nivel de vocación médica más bajo entre muchos de los que sacan mejores resultados.
A nivel práctico, que la selección de acceso al grado e incluso también en el examen MIR se base en un examen teórico, puede dar lugar a la paradoja de que “se encuentre entre los 50 mejores alguien sin habilidades comunicativas con los pacientes, mientras que en el puesto 7.000 haya alguien que sí las tiene”, comenta a este medio la presidenta del Consejo Estatal de Estudiantes de Medicina (CEEM), Teresa Serrano.
Aunque desde el Consejo no tienen una posición definida al respecto, el órgano de representación de los estudiantes sí que están a favor de “un modelo que no solo mida la capacidad memorística sino competencias transversales de razonamiento o resolución de problemas”. En lo que se refiere a la docencia, abogan por un sistema y unos métodos de evaluación “mucho más práctico y que salga de la simple memorización”.
Dicho en frío, valorar cuánta vocación o cuánta empatía tiene alguien para ser médico puede parecer algo inmensurable, pero en realidad encontramos ejemplos en otros países de cómo implementar un sistema que mida otro tipo de capacidades, más allá de los resultados académicos. El modelo en Reino Unido, el University Clinical Aptitude Test (UCAT), incluye cinco tipos de pruebas; razonamiento verbal, toma de decisiones lógicas, razonamiento cuantitativo y abstracto, y juicio de situaciones específicas. Esta última prueba, llamada Situation Judgement Test (SJT), se está consolidando en muchos otros países como ejemplo de test que mide valores y actitudes éticas de los posibles estudiantes.
En base a estos modelos, la Generalitat de Cataluña puso en marcha un programa piloto con el fin de “identificar un perfil de alumnado que, además de los conocimientos necesarios para iniciar el grado, demuestre buenas aptitudes hacia los aspectos humanísticos y relacionales de la profesión”. Así crearon el Grupo de trabajo para el acceso al grado de Medicina, que desarrolló una serie de pruebas para medir estas competencias. Y su conclusión fue clara: “un examen o prueba que seleccione mejor a los estudiantes de Medicina con base en un perfil más acorde con valores humanísticos es perfectamente factible”.
Uno de los autores de este trabajo, el profesor de psicología en la Universidad de Lleida, Jaume March-Llanes, explica a Medicina Responsable que esta evidencia vino a demostrar la viabilidad de aplicar un sistema así en España: “No hemos inventado nada, se trataba tratar de convencer de que los modelos que existen en otros países se podrían aplicar aquí”. March apunta que en las aulas y más adelante en las consultas se encuentran perfiles con una gran capacidad de retener el conocimiento necesario, pero con dificultades para ponerlos en práctica con las habilidades sociales necesarias.
March apunta en este sentido a la contradicción que se genera por “desperdiciar recursos públicos en formar” a los profesionales para encontrarnos después con que faltan médicos. Y es que, en definitiva, ser buen alumno no va estrechamente reñido con ser un buen médico. Sin embargo, desde que pusieron en marcha el estudio, el profesor detecta una suerte de “celo político” para implementar un sistema como el que proponen en su estudio porque “quién es el político que se atreve a decirle a unos padres que su hijo aunque tenga un 14 de selectividad no va a entrar en medicina”.
Para Gamero, se trata de un melón “incómodo” de abrir, porque “el sistema que tenemos ahora es muy cómodo para la administración”. La reforma necesaria para implementar un sistema de acceso que midiera estos otros aspectos requeriría un desembolso en materia de recursos humanos y de logística que no ve a la administración en condiciones de asumir. Para esta médica de familia, se debería implementar un examen específico acompañado de una entrevista motivacional para medir esa parte más vocacional. Unos aspectos entre los que resalta la necesidad de contar con “una inteligencia emocional especial, empatía, dedicación, compromiso, además de una disposición a atender y acompañar”.
Recibir un diagnóstico de una enfermedad grave comienza por tener una vasta experiencia y unos conocimientos aterrizados para ser capaz de llegar a detectarlo. Pero no se limita a eso porque, a la hora de la verdad, lo que más valoran estos no es la capacidad de su doctor de conocer al dedillo todas las patologías y sus manifestaciones, sino encontrar una mano amiga que sea capaz de escucharle, explicarle y acompañarle en su convalecencia. Por eso, quizá un paciente en consulta prefiera, a final de cuentas, un médico que le tranquilice y con quien pueda contar, antes que un grandísimo conocedor de la medicina que no tenga tacto a la hora de transmitirle una información determinante sobre su salud.