Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable
9 de abril de 2025El eco de los vítores, el jadeo sincronizado de miles de corredores, el golpeteo rítmico de las zapatillas contra el asfalto… la atmósfera de una maratón es electrizante, una celebración de la resistencia humana, la disciplina y la superación personal.
Miles de almas convergen en un mismo punto de partida, impulsadas por el sueño de cruzar esa ansiada línea de meta tras 42.195 metros de esfuerzo titánico. Sin embargo, bajo esa capa de euforia y desafío, subyace una sombra silenciosa, un riesgo latente que, aunque infrecuente, nos recuerda la fragilidad de la vida y la importancia crucial de la preparación: la muerte súbita asociada al ejercicio extenuante.
Para comprender la magnitud de este fenómeno, debemos remontarnos al origen mismo de la palabra “maratón”, una leyenda envuelta en el polvo de la antigua Grecia y teñida de un trágico final.
Corría el año 490 a. de C. y las llanuras de Maratón fueron testigo de una batalla crucial entre las fuerzas atenienses y el ejército persa. Tras la inesperada victoria griega, la leyenda cuenta que un mensajero, Filípides, fue enviado corriendo a Atenas para anunciar la buena nueva. Tras recorrer los aproximadamente 40 kilómetros que separaban ambos puntos sin detenerse, irrumpió en la asamblea exclamando “¡Hemos vencido!”, antes de desplomarse sin vida.
Aunque la veracidad histórica de cada detalle de esta leyenda ha sido objeto de debate durante siglos, el mito de Filípides quedó grabado en la memoria colectiva, inspirando la creación de la prueba atlética de larga distancia que hoy conocemos. Los Juegos Olímpicos de Atenas en 1896 inmortalizaron la distancia aproximada de la carrera de Filípides, dando origen a la maratón moderna.
Sin embargo, la sombra de aquel primer “maratonista” trágico persiste como un recordatorio sombrío del límite al que podemos llevar nuestro cuerpo. A lo largo de la historia del running de larga distancia, han ocurrido casos, aunque afortunadamente raros, de atletas que colapsan y fallecen durante o inmediatamente después de una maratón. Estas tragedias, amplificadas por la naturaleza pública de los eventos deportivos masivos, generan comprensible preocupación y plantean interrogantes cruciales sobre los riesgos inherentes a esta exigente disciplina.
La muerte súbita durante una maratón es un evento complejo, con múltiples factores que pueden contribuir a su aparición. Si bien la causa subyacente más común en atletas jóvenes (menores de 35 años) suele ser una cardiopatía congénita no diagnosticada, en corredores de mayor edad (mayores de 35 años), la enfermedad coronaria aterosclerótica (la acumulación de placas de grasa en las arterias del corazón) emerge como el principal culpable.
En el caso de las cardiopatías congénitas, anomalías estructurales del corazón presentes desde el nacimiento pueden pasar desapercibidas hasta que el estrés extremo del ejercicio intenso desencadena una arritmia ventricular maligna, un ritmo cardíaco caótico e ineficaz que impide que el corazón bombee sangre de manera efectiva, llevando a la pérdida de conciencia y, si no se interviene rápidamente, a la muerte. Condiciones como la miocardiopatía hipertrófica (un engrosamiento anormal del músculo cardíaco), la displasia arritmogénica del ventrículo derecho (una enfermedad que afecta el tejido del ventrículo derecho) o anomalías de las arterias coronarias pueden predisponer a estos eventos fatales.
En corredores de mayor edad, la presencia de placas de ateroma en las arterias coronarias puede limitar el flujo sanguíneo al músculo cardíaco. Durante el ejercicio intenso, la demanda de oxígeno del corazón aumenta drásticamente. Si las arterias están significativamente estrechadas, el aporte de oxígeno puede ser insuficiente, lo que puede desencadenar una isquemia miocárdica (falta de riego sanguíneo al corazón) y, en última instancia, una arritmia letal o un infarto agudo de miocardio.
Sin embargo, la muerte súbita en maratones no se limita únicamente a problemas cardíacos preexistentes. Otros factores pueden aumentar el riesgo, especialmente en corredores no adecuadamente preparados o que ignoran las señales de alarma de su cuerpo. La deshidratación severa, los desequilibrios electrolíticos (niveles anormales de sodio, potasio u otros minerales esenciales en la sangre), la hipertermia (aumento excesivo de la temperatura corporal) y la hiponatremia (niveles peligrosamente bajos de sodio en la sangre debido a una ingesta excesiva de líquidos sin electrolitos) pueden sobrecargar el sistema cardiovascular y aumentar la probabilidad de complicaciones graves.
La falta de entrenamiento adecuado es otro factor de riesgo significativo. El cuerpo necesita tiempo para adaptarse al estrés físico extremo de una maratón. Un programa de entrenamiento progresivo y bien estructurado permite fortalecer el sistema cardiovascular, mejorar la eficiencia del organismo y acostumbrar los músculos al esfuerzo prolongado. Intentar correr una maratón sin una preparación adecuada es como intentar escalar una montaña sin el equipo ni la experiencia necesarios: un acto de imprudencia que aumenta exponencialmente el riesgo de sufrir lesiones o complicaciones graves.
Ante este panorama, la pregunta crucial que surge es: ¿cómo podemos minimizar el riesgo de muerte súbita en las maratones? La respuesta es multifactorial, pero un elemento se erige como pilar fundamental: la evaluación médica pre-participativa exhaustiva.
Antes de siquiera plantearse la inscripción a una maratón, todo aspirante a corredor de larga distancia debería someterse a un chequeo médico completo realizado por un profesional de la salud con experiencia en medicina deportiva. Esta evaluación no solo debe incluir una historia clínica detallada, prestando especial atención a antecedentes personales y familiares de enfermedades cardiovasculares, sino también una exploración física completa y pruebas complementarias básicas como un electrocardiograma.