Verse feo y disgustado

Le tengo un gran respeto a la cirugía estética. Los supervivientes de un accidente, que han sufrido malformaciones en el rostro y en el cuerpo, conocen las consecuencias terribles de no reconocerse con el físico y la cara con los que vinieron a este mundo. Pero, en la mayoría de las ocasiones, quienes acuden a la cirugía lo hacen porque se ven feos y están disgustados con su envoltura. En general, eso es algo que nos sucede a todos, y es difícil encontrar un individuo, macho o hembra, que no quiera ser más alto, más bajo, más delgado, más grueso, tener el pelo liso si lo tiene muy rizado o, al revés, o quejarse de unos pechos muy pequeños o muy grandes. La mayoría nos solemos conformar con lo que nos tocó en suerte al nacer, y la resignación se convierte en una costumbre. Sin embargo, hay casos en los que esa realidad hace sufrir, y provoca inseguridades, y un molesto sentimiento de frustración, que solemos tomar a la ligera de manera frívola, porque aplicar la objetividad a los que nos hace felices o desgraciados es intentar tratar a los seres humanos como objetos, y son sujetos, de ahí que a cada sujeto le duela o produzca comodidad lo que sea “subjetivamente”.

Nadie sabe lo que ha sufrido una persona, de nariz abultada y prominente, siendo llamada “narizotas” desde que pisó la escuela y el patio de recreo, excepto el propietario o propietaria de esa nariz. Y, cada vez, en mayor proporción, se ponen en manos de un cirujano estético, en busca de encontrarse a gusto con su rostro. Tan es así que, en España, se realizan más de 200.000 intervenciones de cirugía estética al año, lo que significa que, todos los años, dos personas de cada 100 deciden solucionar su problema. Y sí, es más grave un cáncer, o un trastorno digestivo, objetivamente hablando, pero buscamos la felicidad “subjetivamente”, y cada sujeto organiza su escala de valores y decide lo que es importante y lo que no lo es tanto. Y tiene derecho a ello.