Por Clara Bravo
15 de abril de 2025Tengo unas pocas amigas y muchas conocidas. Entre la tribu de las conocidas hay dos ejemplares que, al menor contratiempo, dicen que están “depres”, que es el término pijo para indicar la insatisfacción, el disgusto, la contrariedad o el descontento. La menos pija de mis conocidas dice claramente que está deprimida o que padece depresión.
La depresión es una enfermedad muy seria, que si no se trata puede desembocar en el suicidio, y estas chicas que conozco confunden la desilusión pasajera con una enfermedad que puede ser muy grave.
Vivimos en una sociedad atontada que piensa que a los hijos hay que educarles con la preocupación de que nunca se puedan poner tristes. Lo que quieran. No llevarles la contraria. Que sean felices. Y son felices e inmaduros, pero esa inmadurez les puede durar hasta los cincuenta años, que son los que tienen mis amigas.
Madurar es entrenarse para solventar los muchos contratiempos que trae consigo la existencia y, cuantos más resuelvan, más preparados estarán para enfrentarse a un desamor, una ruina económica, la enfermedad, una pérdida irreparable.
La vida no es una fiesta, donde todas las tardes se reúnen los compañeros del cole para cantarte cumpleaños feliz, e instarte a que soples una tarta. La vida se compone de lluvias que impiden jugar el partido fútbol; de falta de dinero de los padres para comprar la bicicleta que el hijo soñaba; del viaje estropeado, porque mamá se ha puesto enferma, o el suspenso en el examen, que creías que ibas a pasar sin estudiar apenas.
Por cierto, los políticos también exageran un pelín, con lo de la salud mental. Estar decepcionado o abatido no es estar loco. Es lidiar con las consecuencias de una irresponsabilidad o, simplemente, mala suerte. Y, desde luego, la tristeza puede ser uno de los muchos síntomas de la depresión, pero hay cientos de millones de personas que, de vez en cuando, estamos tristes y no somos depresivas. Simplemente, vivimos.