Por Peter BABEL
15 de octubre de 2024En los años setenta, personas que habían hecho el bachillerato, e incluso habían pasado algún rato por la Universidad, no sólo fumaban y bebían durante el embarazo, sino que se llegó al disparate de sostener que el porro le aportaría más imaginación al niño que iba a nacer.
No lo he leído en ninguna parte. No me lo han contado. Lo he vivido. A mí me deja indiferente que haya tontas contemporáneas, que crean que es un avance de la civilización que una mujer pueda llegar borracha y sola a su casa. He tenido suerte de no haber sufrido tanta soledad y, en las dos únicas ocasiones en que llegué al penúltimo estadio de la intoxicación etílica, siempre hubo un par de amigos que me acompañaron, no por estar serenos, sino por haber sacado peores notas en embriaguez.
Decía, hace poco, el doctor Óscar García-Alvar, en ABC, que “cuando una embarazada consume una copa, el feto también lo hace”. Y no, no hay ninguna cantidad de alcohol segura durante la gestación.
Aunque hoy día, en España, es más fácil encontrarte con una mujer que pasee a un perro de la correa que a una mujer en un estado de gestación evidente, se dan casos, porque todavía nacen niños. Y, sigo observando, con preocupación y asombro, que aquél disparate de los setenta y parte de los ochenta, se sigue repitiendo en la ingesta de alcohol, durante el embarazo.
La evidencia científica de que la ingesta de alcohol influye hasta en la morfología del rostro de quien va a nacer es apabullante, pero es mucho menos apabullante la precaución.
Aprovechando la campaña de la Dirección General de Tráfico, tan conocida, recordemos que “Si bebes, no conduzcas embarazos”. De lo contrario, estarás maltratando a tu hijo mucho antes de que nazca.