La salud mental está de moda

Hay enfermedades que tardan en advertirse sus síntomas. El cáncer, por ejemplo. Una psicopatía. Incluso una depresión. Las enfermedades mentales trastornan el cerebro y las emociones, pero ni duelen, ni se inflaman los órganos, ni sangran. Por eso, son muy peligrosas y es preciso esforzarse en detectarlas.

Siendo esto cierto, tampoco deja de serlo que hay enfermedades y achaques que están de moda. Recuerdo, hace tiempo, entre mediados del decenio de los setenta y hasta finales del decenio de los ochenta, que estaba de moda la hernia discal. Entiéndame quien me lea, que no estoy frívolizando, sino recordando la facilidad con la que, al menor problema en las vértebras, te introducían en un quirófano, y te operaban. Luego, los neurocirujanos se volvieron más conservadores, porque el apaño tenía fecha de caducidad, y se descubrieron otros métodos paliativos. 

Ahora está de moda la salud mental, y me parece bien, porque hemos pasado de tener encerrado a cualquiera que tenía un desarreglo mental, a no tener a casi nadie. Lo que ocurre con las modas es que propician el entusiasmo y, a partir de ahí, puede parecer que si no tienes en tu entorno familiar a alguien con algún tipo de disfunción en la salud mental, no eres una persona moderna. 

Repito, no quiero frivolizar, pero empieza a asustarme que la frustración, el fracaso, las rupturas sentimentales, la ejecución de nuestras responsabilidades, los inconvenientes de la existencia, o sea, lo que ha sido siempre la vida, parezca que hay que evitarlos, porque todos ellos pueden producirnos riesgos mentales, y es necesario acudir enseguida a un psiquiatra. Pido perdón a los psiquiatras, y los admiro, y no pienso de ellos lo mismo que Woody Allen, pero estar triste no es depresión. La falta temporal de ánimos y alegría para ir a una boda o a trabajar, no es siempre un síntoma a peligroso. Y dormir pocas horas tampoco es inexorable que sea debido al stress. 

La salud mental está tan de moda que hasta se ha introducido en la campaña electoral, cuando hasta hace unos meses el acoso escolar, causante de muchos suicidio infantiles, era calificado como “cosas de chicos. 

Entre el entusiasmo y la dejadez deberíamos buscar la virtud del punto medio donde nos mantengamos vigilantes, sin caer en la inquisición, sin asociar los problemas de nuestras relaciones sociales y familiares con la provocación de un trastorno mental y, sobre todo, sin creer, que se puede construir un mundo sin decepciones, sin fracasos, sin disgustos y sin contratiempos. 

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