Por Luis del Val
12 de febrero de 2025Cada mañana, como un rito inexcusable, Pedro Ruiz cruza envuelto en un albornoz los metros que le separan de la piscina, instalada en el jardín de su casa. Se desprende de él, sube a un pequeño trampolín, y se tira de cabeza. Nada hasta el otro extremo, sale, vuelve a ponerse el albornoz, y regresa a su habitación: ha comenzado el día.
En verano, para cualquiera sería un placer. En invierno, es más que discutible, porque si ha helado por la noche el agua puede estar a seis o siete grados.
Quienes le conocemos sabemos que sus resfriados son infrecuentes, y alimenta la hipótesis de que los baños en agua helada evitan los catarros.
No está demostrado. Es cierto que, ante el latigazo del agua muy fría, rodeando un cuerpo que está a 36º, estimula que los glóbulos blancos salgan en tropel, buscando al posible enemigo, y eso es bueno, pero unos instantes después, cuando se ha recuperado la normalidad, los vigilantes glóbulos blancos han vuelto a replegarse.
De cualquier manera, a Pedro Ruiz parece que le funciona. Eso sí, antes de imitarle, piense que cada uno somos diferentes.