Por Luis del Val
23 de agosto de 2024La enfermedad y el amor están más unidos de lo que parece. Por eso, a mí no me extrañó que los jardines del Hospital Gregorio Marañón se convirtieran en capilla de boda, y que la dirección del hospital, y el personal que atendía a Carlos, pusieran todos los medios para que Pilar y Carlos pudieran casarse. Carlos está en cuidados paliativos, y había preparado su boda para más tarde, pero la enfermedad de Carlos estropeó los planes de un futuro en el que nunca mandamos. La única forma de vencer al futuro es convertirlo en presente, y a ello se pusieron Pilar, Carlos, y la imprescindible colaboración del Hospital Gregorio Marañón para que el “sí quiero”, y el compromiso ante los amigos, la familia y la sociedad se hicieran de manera solemne.
La noticia nos ha emocionado incluso a los que estamos acostumbrados a trabajar con las noticias, porque en una sociedad donde los egoísmos y la vanidad nos envuelven a diario, sentir el amor en su estado más puro y generoso, más limpio y deslumbrador, es una especie de señal de que no todo está perdido.
Del futuro nunca sabemos nada, ni del futuro de la salud, ni del futuro de una enfermedad. Pero sí sabemos que este amor tiene vocación de perdurar por encima de cualquier inconveniente, incluso el más grave y definitivo. Todavía ignoramos, además, cuáles pueden ser los resultados paliativos del amor, capaz de tantas cosas, incluso acelerar una boda. Y de sobrevivir a todo y a todos, llegado el caso.
Como dijo Quevedo en uno de sus más bellos sonetos dedicados al amor: “serán ceniza, más tendrán sentido;/ polvo serán, más polvo enamorado”.