Por Clara Bravo
18 de octubre de 2024Mi madre me contó que, cuando comenzó a sentir los efectos de la menopausia, llevaba siempre un abanico en el bolso, pero le daba vergüenza usarlo en público, y se iba al lavabo, a intentar aliviar el sofoco.
Yo pertenezco a una generación que saca el abanico con desparpajo, y no me siento en inferioridad de condiciones con nadie -macho o hembra- de la misma manera que nadie -macho o hembra- se siente con miedo a ser discriminado por padecer reflujo esofágico, reúma, migrañas rotativas, pies planos o cualquiera de las decenas de alifafes que nos recuerdan, a diario, que no somos ángeles.
Por supuesto que la baja de estrógenos no es para celebrarlo, y el alivio de liberarse de la menstruación viene acompañado de molestias diversas, incluidas las emocionales. Pero hay una tendencia medico-social a retrasar la menopausia, que no puede se aceptada con alegría, porque ya se ha demostrado que el tratamiento hormonal para alejar la llegada de la menopausia puede incrementar las posibilidades de que aparezca un cáncer. O sea, si no teníamos suficiente con el cáncer de mama, encima otro cualquiera por evitar ser menopáusica, cuando lo aconseja el calendario.
Leo con frecuencia muchas tonterías sobre la manera de saltarse lo que es imposible de saltar, desde dietas mágicas hasta dudosos procedimientos de no menos dudosa certificación científica. Y ¡ojo!: puede que no aparezca el cáncer, pero conozco el caso de una mujer, que retrasó los efectos menopáusicos, y a los 76 años, tras muchos años de dejar el tratameinto, tenía ataques de sudores y ahogos.
Y, lo lamento mucho, pero se habla poco de los efectos secundarios del retraso menopáusico, y sospecho porqué.