Por Peter BABEL
20 de agosto de 2024Siempre han existido colisiones entre los enfermos psíquicos y la sociedad. En general, a los ciudadanos no nos gustan los enfermos mentales, al contrario de lo que les sucede a los psiquiatras. ¡Ojo! Esto no va contra la Psiquiatría, una especialidad nacida a principios del XIX, y respetada, aludida y alabada, a partir de mediados del siglo pasado. Durante mucho tiempo, hasta los familiares a los que les nacía un enfermo psíquico, sentían la presión social, y eran escondidos. O bien, los llevaban a residir a un manicomio. Los manicomios, durante el XIX y parte del XX, venían a ser una especie de cárceles para gente rara, donde los psiquiatras luchaban para evitar que se les tratara como delincuentes peligrosos. Poco a poco, los manicomios fueron cerrando o se convirtieron en clínicas profesionalizadas, donde trataban de recuperar y sanar al enfermo mental. No siempre es posible, de la misma manera que el cardiólogo tampoco puede sanar todos los corazones.
El asesinato de un niño de once años, porque un loco andaba suelto, no produce, de inmediato, la incitación a que vuelvan los manicomios. Pero sí plantea que los derechos de los enfermos mentales no pueden ser superiores al derecho a la vida de un niño de once años. O de cualquier edad.
Las estampas terribles de pobres enfermos atados en los manicomios del XIX, o tratados casi como animales por algunas familias, hasta casi mediado el siglo XX, son un error del pasado. Pero sería un error del presente que, de tratar a los locos, como seres a los que hay que atar, a permitir que los locos peligrosos se paseen por las calles con un cuchillo en la mano. Y esa no sólo es una responsabilidad de los psiquiatras, sino también de jueces, legisladores, familias y de toda una sociedad.