Por Peter BABEL
24 de abril de 2024Decir que el exceso de ruido perjudica seriamente la salud es como afirmar que el exceso de bebidas alcohólicas te garantiza un hígado peor, un corazón frágil y un riñón que a lo peor necesitará un trasplante.
El 24 de abril es el Día de la Concienciación del Ruido, pero hay ya un par de generaciones que han perdido la conciencias respecto a este problema. Basta contemplar por la calle las orejas con pinganillos, muy útiles para una conversación telefónica, escuchar música o, incluso, seguir una clase de idiomas, pero depende de las edades la graduación con que se usa el volumen. Cuanto más joven es el usuario del pinganillo el volumen es más alto. No es preciso llevar a cabo sesudas encuestas: basta mantener una conversación con cualquier otorrinolaringólogo para que te explique que, hace años, las consultas sobre las dificultades de audición estaban casi monopolizadas por personas de avanzada edad, mientras que, ahora, cada año hay más jóvenes que llegan con problemas en sus oídos, debidos, casi siempre, a la alta intensidad del volumen que aplican a sus aparatos.
Pero no sólo castigan sus oídos, sino que someten a tortura a los vecinos e incluso a inocentes transeúntes que, de vez en cuando, del interior de un vehículo con las ventanillas herméticamente cerradas, pueden escuchar alguna pieza musical que, desde luego, no suele ser un nocturno de Chopin.
Luego está la jardinería estúpida, por ejemplo los ventiladores de hojas, con unos aparatos que tienen dos inconvenientes: provocan un ruido insoportable y contaminan de gasóleo sus imperfectos motores.
España es un país ruidoso. La fiesta, por ejemplo, está bastante asociada al ruido: petardos, cohetes, tamborradas, y un largo etcétera, amén de que hablamos muy alto en lugares comunes, sea un bar, un café o un restaurante. Si el lugar común es una discoteca, entonces hablar es imposible, debido a que la música está tan por encima de los decibelios aconsejables que el público no habla, sino que se comunica por señas. Soy testigo.
Además están los terroristas del ruido, como esos conductores de automóviles o motocicletas, que estropean con alevosía el tubo de escape para que escuchemos el infernal ronroneo que es capaz su estúpido dueño de extraer de las aceleraciones.
Pierdan cualquier esperanza de que nos concienciemos del ruido. Y, si tiene una reformas en el piso de al lado, váyase de vacaciones o, si tiene potencial económico, trasládese a un hotel, porque el sonido de la radial, al cortar baldosas o lo que le pongan por delante, puede acabar con su equilibrio nervioso.
¡Ah! Y si alguna ventana de su vivienda le da a un establecimiento de hostelería, ya sabe que, hasta que no cierren, escuchará las risotadas, los alaridos y las efusivas despedidas. España no es un país para silenciosos y discretos. Ni el 24 de abril, ni ningún día del año.