Por Peter BABEL
8 de agosto de 2024Hay un pequeño porcentaje de seres humanos en el mundo dedicado a investigar para que nuestra vida sea más saludable y, al otro lado, un gran porcentaje de personas que tratan de escudriñar cómo podemos ser más frívolos, más irresponsables, más sumisos, más débiles y olvidadizos, incluso menos sanos, pero con la excusa de divertirnos.
No soy un censor. Me parece bien que la gente se tome una copa, o disfrute con un torrezno bien frito, o transgreda de vez en cuando las pautas de la vida sana. Todos lo hacemos. Pero todavía me asombra que haya quien crea que la felicidad consista en fumar continuamente, beber bastante más de la cuenta o acercarse a otras drogas prohibidas, deduciendo que ese puede ser el camino hacia el paraíso, sólo al alcance de los más osados. Recuerdo los años del pico y la marihuana, luego los del polvo blanco, y los destrozos y la desaparición de gente que parecía inteligente y a la que admirábamos por sus habilidades, que nunca mejoraron por la droga.
Y hay sustancias estimulantes y permitidas, como la cafeína -¿quién no se ha tomado una taza de café para no adormecerse conduciendo?- que ahora vienen en seductor formato, parecido a la raya de cocaína: en lugar de tomar una taza de café, esnifar la cafeína concentrada.
Como sucede con el alcohol, está permitida su venta, pero el problema deriva de la concentración. Según expertos, una cucharada de cafeína concentrada puede equivaler a 28 tazas de café. La moda empezó en Estados Unidos. Ya ha llegado a España. Yo prefiero tomarme un café y, si es posible en compañía. Pero ya sabe que puede beberse 28 tazas a solas y disfrutar de un infarto.