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Divulgación científica: ¿es necesaria?

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Divulgación científica: ¿es necesaria?

Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable

17 de octubre de 2023

Desde el inicio de la Humanidad hemos buscado la manera de relacionarnos con el entorno y llegar a la verdad, de alguna forma la investigación es la brújula que nos sirve de GPS en un mundo plagado de incógnitas. 

Una vez que se ha producido un avance científico es necesario trasladarlo al resto de la sociedad, difundirlo entre la ciudadanía para que actúe de muro de contención frente a los pensamientos pseudocientíficos. Un cajón de sastre en el que se encuentran desde los terraplanistas hasta los antivacunas, pasando por los negacionistas y los defensores de las medicinas alternativas. 

Ahora bien, ¿cómo hacer factible que los legos puedan introducir en sus vidas los resultados de estudios clínicos con series de casos, de estudios de cohortes, las revisiones sistemáticas o los sesudos meta-análisis? Ahí está precisamente la labor del divulgador. Y es que no se puede entender una sociedad en la que la ciencia no camine de la mano de la divulgación científica.

Un género literario con gancho

La divulgación científica, como género literario, en estos momentos atrae a millones de lectores a nivel mundial. Títulos como “El gen egoísta”, de Richard Hawkins, “Cosmos”, de Carl Sagan, o “La historia del tiempo” de Stephen Hawkins no dejan de reeditarse y formar parte de las listas de los libros más vendidos.

Un estudio reciente, realizado entre miles de lectores, arrojó que el género que más triunfa es la novela, que atrae al 26,7%, una cifra que camina por delante que aquellos que leen ensayos, que representan un nada despreciable 18,7% de los lectores. Dentro de este grupo están los que se sienten atraídos por las ciencias puras (2,9%), los que se inclinan por las ciencias aplicadas (6,5%) y los que prefieren las ciencias sociales (9,3%). 

Si ponemos ahora la lupa dentro del reducto de la divulgación científica los tres temas que más atraen la atención de los encuestados son el medio ambiente, la crisis climática y todo lo relacionado con la alimentación.

El primer divulgador científico de la historia

Hasta aquí el presente, pero si echamos la vista atrás, podríamos decir que la divulgación nació en el siglo IV de nuestra Era. Y es que en el año 382 el papa Dámaso I (366-384) encargó a Jerónimo de Estridón que tradujera las Sagradas Escrituras del hebreo al latín. De esta forma, nació la “Biblia vulgata”, aquella que iba dirigida al “vulgo”, la palabra latina que se utilizaba para designar al pueblo. En Román paladino, podríamos decir que “divulgar” es explicar algo de forma sencilla al “vulgo” para que lo pueda entender.

Si nos centramos en nuestro campo, en la divulgación científica, el primero en divulgar fue Galileo Galilei (1564-1642). El pistoletazo de salida se produjo en 1612 cuando el científico italiano realizó una publicación sobre las manchas solares. Él mismo explica que la escribió “en idioma vulgar (italiano) porque he querido que toda persona pueda leerla”. Evitó hacerlo en latín, el lenguaje oficial en el ámbito científico en aquellos momentos, para que pudiera llegar a un mayor número de lectores. El éxito fue tan abrumador que dos décadas después volvió a repetirlo, en este caso publicó un libro titulado “Diálogos” (1632), en el que tres personajes charlaban sobre el universo. En este ensayo, y de una forma tan original, Galilei daba a conocer su visión heliocéntrica, una interpretación que provocó que la obra fuese condenada por la Santa Inquisición. Y es que divulgar no siempre ha sido una tarea fácil.

La COVID-19 ha favorecido su visibilidad

La divulgación científica se mueve en torno a tres ejes: la rigurosidad, la credibilidad y la búsqueda de noticias contrastadas, con los que construye un puente que enlaza el mundo con las evidencias científicas. Con ellos se busca que el público general pueda integrar los avances científicos a sus vidas cotidianas.

En el siglo XXI se ha producido una verdadera revolución en el campo de la divulgación científica, las tecnologías de la información han acelerado el conocimiento y las grandes bibliotecas online han facilitado el acceso a la información de una forma absolutamente desconocida hasta estos momentos. Es precisamente este escenario el que propició que en el año 2013 se acuñara un nuevo término: infotoxicación, con el que se hace referencia a sobrecarga de información difícil de procesar.

La pandemia de la COVID-19 nos demostró muchas cosas, desde la vulnerabilidad de nuestra especie hasta la necesidad de dar una mayor visibilidad a la ciencia, pasando por dar un mayor protagonismo a los divulgadores científicos, aquellos que nos hicieron entendibles conceptos como virus ARN mensajero, desescalar, EPI, cuarentenas o respiradores. De alguna forma, el virus nos aisló, pero la tecnología digital nos unió y acercó a nuestros hogares la Ciencia.

En las antípodas del divulgador se encuentra el pedante, un término que según el Diccionario de la Lengua Española es una persona engreída y que hace un inoportuno y vano alarde de erudición, la tenga o no. Una figura que, por cierto, ha superado bastante mal el paso del tiempo, ya que en sus inicios un “pedante” era un maestro que iba a las casas de los alumnos para impartirles clases particulares. Al parecer había tanta oferta de pedantes en la antigüedad que exigía que los candidatos fuesen muy listos y resabiados. Pues eso, pedantes.



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