Por Peter BABEL
10 de octubre de 2024Una canción de Luis Aguilé -que a los jóvenes del siglo XXI les sonará a cuidador de águilas- tenía un estribillo que decía “es una lata el trabajar”. Excepto un 25%, aproximadamente, que trabaja en lo que le gusta, reconozco que no debe ser ningún placer dedicar la tercera parte del día a una actividad que no te agrada ni te produce ninguna satisfacción. También se libran de la incómoda obligación de trabajar los ricos por casa, o ricos por padre y madre, que tienen asegurado el sustento, el confort, incluso el lujo.
Ante esta situación no es extraño que se produzca resistencia para evitar la lata, o sea, el trabajo, y en España vamos camino de encabezar el absentismo laboral en la Unión Europea. ¡Ojo! No estamos acusando de vagos a quienes han tenido la mala suerte de luchar contra una enfermedad pasajera o crónica, leve o grave, o las secuelas de un accidente, sino a quienes un escalofrío pasajero en el cuerpo les incita a acudir al médico para pedir la baja. Los médicos, además, no son inspectores de trabajo, y si el paciente les habla de dolores se muestran dispuestos a creerle, no sólo por razones humanitarias, sino para evitar un error, que tendría consecuencias profesionales.
Hablar del egoísmo de los trabajadores no significa que uno sea un traidor de clase, sino el reconocimiento de que los defectos existen en todos los estratos: empresarios, trabajadores, médicos, periodistas, etcétera. A medida que sube el absentismo laboral, baja la productividad, y a medida que baja la productividad se recorta el crecimiento económico, y eso impide contratar más médicos para que atiendan, también, a los que padecen la enfermedad de estar convencidos de que es una lata el trabajar.