Por Andrea Rivero
28 de noviembre de 2022Dolor abdominal, falta de apetito, mareos, calambres… Estos son algunos de los síntomas más frecuentes del síndrome del intestino irritable. Se trata de una patología crónica que afecta al correcto funcionamiento del intestino grueso y que tiene una incidencia de entre el 10 y el 15% de la población, siendo más común en adultos jóvenes. Pero en los últimos años los pediatras están observando un aumento de la incidencia en niños y adolescentes, de hecho, un estudio realizado en la Unidad de Gastroenterología Pediátrica del Hospital de Fuenlabrada ha mostrado como un 32,4% de la población menor de 16 años padece trastornos gastrointestinales y un 24% de las consultas en Gastroenterología Pediátrica son debidas a dolores abdominales.
“La accesibilidad a los servicios sanitarios, el aumento de causas desencadenantes, la mayor sensibilización de los pacientes, la mayor concienciación diagnóstica y sus criterios diagnósticos recientemente reformulados han contribuido a un aumento del diagnóstico de la enfermedad, lo que explicaría, en parte, el aumento de la incidencia”, explica el jefe de Servicio de Pediatría y jefe de la Unidad de Gastroenterología y Nutrición Infantil del Hospital Universitario Infanta Elena de Valdemoro, Enrique de la Orden.
Uno de los principales problemas a los que se enfrentan tanto pacientes como médicos es el de controlar los síntomas a largo plazo y mejorar su calidad de vida. Al tratarse de un trastorno crónico se caracteriza por periodos de exacerbación alternados con periodos de remisión de los síntomas. Para facilitar el diagnóstico del síndrome del intestino irritable los profesionales siguen “los criterios de Roma IV”:
Además, el paciente puede presentar otros síntomas como distensión abdominal, incontinencia fecal, dolor anal, flatulencias, moco en las heces o sensación de no quedarse satisfecho tras la defecación. “La sintomatología va cambiando con el tiempo. Parece existir un continuo entre los trastornos digestivos funcionales del niño pequeño o lactante, los del niño mayor o adolescente y el adulto”, aclara el doctor de la Orden. En este sentido, los bebés de cero a 12 meses presentan síntomas como diarrea, cólicos o disquecia (dificultad para evacuar las heces). Mientras que, entre los tres años y los 18 los síntomas más frecuentes son náuseas o dolor abdominal.
Al tratarse de una patología crónica, su correcto tratamiento es fundamental para que la calidad de vida del paciente sea la mejor posible. Según explica el doctor, “la principal novedad en los criterios ROMA IV sobre los trastornos funcionales digestivos en pediatría y en adultos es el modelo biopsicosocial en el que se entremezclan factores biológicos individuales (flora intestinal, permeabilidad mucosa, procesos digestivos orgánicos...), factores psicológicos individuales (ansiedad, depresión, características de personalidad) y factores sociales”.
Siguiendo estas directrices el tratamiento debe abordarse desde una perspectiva multidisciplinar: tratamiento sintomático ya sea con probióticos, cambios dietéticos, analgesia etc. y el tratamiento psicológico y social basado en la terapia cognitivo-conductual para comprender la naturaleza del dolor y disminuir su repercusión individual.