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¿Estamos más sanos que nunca o solo mejor informados?

Día Mundial de la Salud: entre la promesa tecnológica y los achaques de siempre

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¿Estamos más sanos que nunca o solo mejor informados?
Foto de Samer Daboul. Pexels

Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable

7 de abril de 2025

Hoy celebramos, con pompa y circunstancia, el Día Mundial de la Salud. Un momento para reflexionar sobre ese bien tan preciado que a menudo damos por sentado hasta que una molesta punzada en el abdomen nos recuerda su existencia.

En pleno siglo XXI, con avances tecnológicos que harían sonrojar al mismísimo Leonardo da Vinci, uno podría pensar que la salud es un jardín próspero y bien cuidado. Pero la realidad es un poco más compleja. Podríamos decir que es un jardín botánico con especies exóticas, algunas robustas y otras al borde de la extinción.

Una sinfonía de retos sanitarios 

Hace ya un cuarto de siglo que dejamos atrás el siglo XX, con sus triunfos épicos contra enfermedades infecciosas y el auge de la medicina moderna. Pero el siglo XXI nos ha recibido con una orquesta de nuevos desafíos, algunos esperados y otros que nos han pillado con el pijama de cuadros.

Para empezar, tenemos a las enfermedades crónicas, silenciosas pero persistentes: la diabetes, la hipertensión y las enfermedades neurodegenerativas, que nos roban nuestros recuerdos como un ladrón de guante blanco. Estas dolencias, alimentadas por estilos de vida a menudo poco saludables (sedentarismo, dietas procesadas, estrés crónico), se han convertido en la pandemia silenciosa de nuestro tiempo.

Luego está el envejecimiento de la población. Sí, vivimos más, lo cual es fantástico. Pero más años también significan más achaques, más necesidad de cuidados a largo plazo y una presión creciente sobre los sistemas sanitarios. La pregunta ya no es solo cómo vivir más, sino cómo vivir mejor esos años extra, sin que la factura sanitaria nos aplaste.

Y no podemos olvidarnos de la salud mental. Al fin estamos despertando a la realidad de que la mente también se enferma, sufre y necesita cuidados. La ansiedad, la depresión, el estrés postraumático… son los fantasmas del siglo XXI, amplificados por la incertidumbre económica, la presión social y el scroll infinito en las redes sociales.

El ecosistema sanitario 

El ecosistema sanitario del siglo XXI es un organismo vivo y en constante evolución, donde interactúan médicos, enfermeras, investigadores, farmacéuticas, tecnológicas, políticos y, por supuesto, los pacientes, los verdaderos protagonistas. Una danza compleja donde a veces los pasos no están bien coordinados y alguien termina pisándose los pies.

La tecnología es, sin duda, la estrella invitada. La inteligencia artificial promete revolucionar el diagnóstico y el tratamiento, la telemedicina acerca la atención a lugares remotos, los wearables monitorizan nuestros signos vitales como si fueran nuestros guardaespaldas personales, y la genómica abre la puerta a una medicina más personalizada. Sin embargo, también plantea interrogantes éticos y de equidad en el acceso. ¿Quién podrá permitirse la última maravilla tecnológica? ¿Estamos preparados para la avalancha de datos que generamos? ¿Confiaremos ciegamente en un algoritmo para tomar decisiones sobre nuestra salud?

La industria farmacéutica, con sus luces y sus sombras, sigue siendo un actor clave. Su capacidad de innovación es innegable, pero también su lógica de mercado a veces choca con las necesidades de salud pública. El debate sobre el precio de los medicamentos, la transparencia en la investigación y el acceso universal a los tratamientos sigue más vivo que nunca.

Y luego están los sistemas sanitarios, esos entramados burocráticos a veces laberínticos, con sus listas de espera, sus diferencias de acceso según la región o el nivel socioeconómico, y la eterna búsqueda de financiación sostenible.

Expectativas: queremos la luna 

En el siglo XXI nuestras expectativas en cuanto a salud son altísimas. Queremos vivir más y mejor. Exigimos diagnósticos rápidos y precisos, tratamientos eficaces y personalizados, y una atención sanitaria de calidad, independientemente de nuestro código postal.

Esta legítima aspiración choca a menudo con las limitaciones de la ciencia, los recursos disponibles y la propia naturaleza humana. La sobreinformación y la desinformación en internet tampoco ayuda, generando a veces falsas esperanzas o miedos infundados. El paciente informado es un paciente empoderado, sí, pero también puede ser un paciente confundido por un mar de datos contradictorios.

En este panorama a veces sombrío, no podemos perder el sentido del humor. Porque, seamos sinceros, hay algo inherentemente cómico en nuestra obsesión por la salud en un mundo que nos bombardea constantemente con tentaciones poco saludables. Nos apuntamos al gimnasio en enero (para abandonarlo en febrero), juramos empezar la dieta el lunes (para sucumbir a los antojos del martes), y nos preocupamos por los efectos nocivos de las ondas del móvil mientras nos atiborramos de ultraprocesados viendo la televisión.

El futuro de la salud no está escrito. Depende de nuestras decisiones individuales y colectivas, de la inversión en investigación e innovación, de la fortaleza de nuestros sistemas sanitarios y de la capacidad de la comunidad internacional para trabajar unida en la búsqueda de un mundo más sano y equitativo. ¡Feliz Día Mundial de la Salud!



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