Despedida para el papa emérito Benedicto XVI

Las campanas de San Pedro repican anunciando la muerte de un papa tal y como marca la tradición. A los 95 años se ha ido Benedicto XVI, de nombre secular Joseph Aloisius Ratzinger, el 265° papa de la Iglesia católica y séptimo soberano de la Ciudad del Vaticano, desde el 19 de abril de 2005 hasta su renuncia el 28 de febrero de 2013.

Aunque no hay estatuto del papa emérito, se prevé que sus exequias sean similares a las de la muerte de un papa en ejercicio: nueve días de luto, entierro en la cripta y funeral de Estado. Eso sí: no habrá cónclave, no hay que elegir sucesor de Pedro. 

Funeral el 5 de enero

En una rueda de prensa realizada en la Oficina de Prensa del Vaticano, Bruni ha comunicado a los periodistas que el jueves 5 de enero, a las 9.30 horas, se celebrará el funeral en la Plaza de San Pedro presidido por el Santo Padre. Bruni también ha informado que Benedicto recibió la Unción de los Enfermos el pasado miércoles al final de la Misa en el Monasterio y en presencia de las Memores Domini, que lo asistían diariamente desde hace años. Antes de su muerte, el papa emérito pidió que todo estuviera marcado por la sencillez, una cualidad con la que él vivió.

Síntomas, diagnóstico y tratamiento

El sumo pontífice llevaba días sufriendo erisipela, una infección cutánea producida por la bacteria streptococus pyogenes. El director médico de Medicina Responsable, el doctor Pedro Gargantilla, detalla las claves de la infección que padecía Benedicto XVI antes de morir. "En nuestra piel viven bacterias que también pueden venir de fuentes externas a nuestro organismo y pueden introducirse mediante un corte o una lesión. Una vez se introducen, las bacterias pueden tanto crecer como expandirse por los alrededores de la piel. Como consecuencia de ello aparecen infecciones cutáneas como la erisipela". 

Como explica Gargantilla, la enfermedad que sufría el papa emérito, produce fiebre, escalofríos, vómitos y la aparición en la piel de placas hinchadas, calientes, dolorosas, de color rojo y bien delimitadas. Como consecuencia de esta inflamación se pueden formar ampollas que, al explotar, pasan a ser úlceras. Aunque pueden aparecen en cualquier zona del cuerpo, en la mayoría de las ocasiones, estas lesiones se localizan en la pierna, seguida de la cara y de los brazos. No obstante, el director médico, Pedro Gargantilla, recalca que no es una enfermedad contagiosa. 

Si la infección se extiende a otras zonas del cuerpo, hay confusión mental o hipo tensión arterial, es decir, la presión arterial es mucho más baja de lo normal, lo que puede llegar a precisar incluso ingreso hospitalario. Además, hay que prestar mucha atención al desarrollo de otras infecciones como la celulitis, la fascitis, la miositis o los abscesos u otras complicaciones como la glomerulonefritis, una inflamación que afecta al riñón; o las sepsis, enfermedad que se produce cuando la bacteria pasa a la sangre. 

Para diagnosticarla los profesionales hacen un diagnóstico clínico, es decir, ven las lesiones del paciente gracias a la exploración. En el caso de que la infección no responda al tratamiento de la forma esperada también se pueden añadir otras pruebas diagnósticas para tener más información sobre el agente infeccioso. Entre ellas el análisis de sangre o la realización de biopsias de las zonas afectadas. 

El doctor Gargantilla señala que las personas diabéticas, los ancianos o los pacientes que ya presenten otro tipo de enfermedades crónicas tienen más riesgo de presentar complicaciones. No obstante, la mayoría de estas infecciones se cura y se mantiene a raya gracias a los antibióticos. 

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