Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable
26 de septiembre de 2025El desarrollo del primer anticonceptivo hormonal ha sido una de las conquistas médicas, sociales y culturales más decisivas del siglo XX. Su historia enlaza avances científicos con radicales cambios sociales y el impulso de activistas que, durante décadas, soñaron con un método eficaz y seguro para controlar la fertilidad.
La anticoncepción no es una preocupación moderna. Desde la Antigüedad, egipcios, griegos, chinos, indios y otros pueblos recurrieron a variadas combinaciones de métodos, en ocasiones tan ingeniosos como ineficaces. El papiro de Kahoun (1850 a. de C.) documenta prácticas como la introducción vaginal de excremento de cocodrilo mezclado con pasta de miel y hierbas, cuya función era más bien la de barrera local que impedía la entrada de espermatozoides.
A lo largo de los siglos surgieron y se perfeccionaron métodos como los condones (de lino en el Renacimiento y de látex en el siglo XIX), dispositivos intrauterinos e, incluso, preparados espermicidas a base de vinagre, miel o sustancias cáusticas. No obstante, la gran limitación compartida por todos era la falta de eficacia y, sobre todo, de control biológico profundo del ciclo reproductivo femenino.
El siglo XX marcó un antes y un después en la historia de la anticoncepción. La investigación sobre el mecanismo hormonal del ciclo ovárico femenino fue crucial: permitió a los científicos plantear la hipótesis de que, si se conseguía modular artificialmente la secreción hormonal, sería posible inhibir la ovulación y, por tanto, impedir la concepción.
La Segunda Guerra Mundial actuó como catalizador para nuevas investigaciones en química orgánica. En 1937, investigadores alemanes sintetizaron el primer derivado estrogénico administrable por vía oral, el etinilestradiol. Poco después se logró aislar grandes cantidades de progesterona a partir de la raíz del ñame mexicano, sentando los cimientos para las futuras hormonas sintéticas de uso farmacéutico.
Paralelamente al desarrollo químico y farmacéutico, un movimiento social encabezado por figuras como la enfermera estadounidense Margaret Sanger y la filántropa Katherine D. McCormick impulsó incansablemente la búsqueda de un anticonceptivo oral seguro y accesible. Sanger, pionera del movimiento por el control de la natalidad en Estados Unidos, logró involucrar a Gregory Pincus, biólogo especialista en hormonas, y financiar sus investigaciones.
Pincus realizó pruebas con diferentes combinaciones de progestágenos y estrógenos hasta que consiguió alumbrar Enovid, un fármaco que combinaba diferentes cantidades de hormonas. Sin embargo, experimentar con mujeres voluntarias en estados como Massachusetts era ilegal. Por ello, parte crucial de las pruebas clínicas se llevaron a cabo en Puerto Rico, un estado asociado.
Participaron mujeres pobres, la mayoría sin educación formal suficiente, a quienes se les ofrecía la píldora sin compensación económica y sin que mediara un consentimiento informado en donde se detallasen los posibles efectos adversos. Muchas de estas mujeres aceptaron participar motivadas por la promesa de un control reproductivo eficaz, en un entorno donde la esterilización y el aborto eran opciones dolorosas y con fuertes riesgos sociales y médicos.
La dosis hormonal administrada durante los ensayos era mucho más alta que la utilizada en formulaciones posteriores. Esto provocó severos efectos secundarios entre las mujeres participantes, como mareos, náuseas, vómitos y dolores de cabeza. El equipo científico restó importancia a estos síntomas, considerando que tenían un origen psicosomático, a pesar de la evidente afectación física.
Enovid –la primera píldora anticonceptiva- fue autorizado, finalmente, en Estados Unidos por la FDA en 1960. Por primera vez, las mujeres podían controlar de forma fiable y autónoma su fertilidad, elegir el momento y el número de hijos y planificar su vida familiar y profesional.
El éxito del anticonceptivo oral pronto se extendió a otros países y continentes, impulsando movimientos por los derechos reproductivos y la emancipación femenina. Pese a las polémicas sobre los ensayos clínicos iniciales y los efectos secundarios, la píldora se consolidó como uno de los medicamentos más transformadores y emblemáticos del siglo XX.
A partir de los años 70, las formulaciones de los anticonceptivos hormonales se perfeccionaron: se redujeron notablemente las dosis, minimizando riesgos y efectos secundarios, y se introdujeron formulaciones de segunda y tercera generación con distintos perfiles de seguridad y tolerancia.
De alguna forma, el nacimiento del primer anticonceptivo hormonal fue el resultado de una compleja interacción de descubrimientos endocrinológicos, innovación química, activismo social y voluntad política. Más allá de sus efectos sobre la natalidad, la píldora anticonceptiva simboliza la capacidad de la ciencia para transformar la experiencia humana y sus límites.