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La metamorfosis del dopaje en el ciclismo: de la EPO al biohacking

Entre la ciencia y la trampa, dos décadas de cambios químicos en el pelotón multicolor

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La metamorfosis del dopaje en el ciclismo: de la EPO al biohacking

Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable

24 de julio de 2025

En la cima de una gran etapa de montaña, cuando el pelotón se rompe y los favoritos se aíslan, suelen resonar dos preguntas en el ambiente ciclista: “¿de qué están hechos estos atletas?”. Y, en un susurro un poco más incómodo, “¿qué llevan realmente en la sangre?”.

La historia del dopaje ciclista es un relato de obsesión por la excelencia, de avances médicos usados para buscar la gloria, de controles sofisticados y de un tira y afloja implacable entre quienes buscan superar los límites del cuerpo y quienes vigilan que esos límites no se traspasen de manera insalubre o fraudulenta.

Hace dos décadas, el ciclismo profesional atravesaba el ojo del huracán. El gran público, atraído por proezas casi sobrehumanas, apenas alcanzaba a vislumbrar el complejo escenario biológico y científico que permitía esas gestas. Si bien el dopaje existe prácticamente desde el inicio de las grandes vueltas, los últimos veinte años reflejan una transformación radical tanto en los métodos como en la mentalidad del pelotón y las autoridades deportivas. Entender qué se usaba, qué se usa y cómo ha cambiado este escenario es fundamental para comprender la nueva era del ciclismo.

Los cuatro jinetes del dopaje

En los primeros años del nuevo milenio la lista de sustancias dopantes era fácilmente reconocible: EPO (eritropoyetina), transfusiones sanguíneas, anabolizantes y corticoides formaban el armazón de las trampas más frecuentes.

La EPO, la hormona responsable de estimular la producción de glóbulos rojos, se convirtió en la reina indiscutible del dopaje en los noventa y principios de los dos mil. Su uso permitía aumentar la capacidad de transporte de oxígeno, mejorando la resistencia y la recuperación. El problema era su detección: durante años, los controles antidopaje no eran capaces de identificar la EPO de síntesis, dándole a los tramposos una ventaja descomunal.

Las transfusiones sanguíneas se practicaban con dos variantes: autotransfusiones (la propia sangre del atleta, almacenada previamente y reinyectada en el momento deseado) y transfusiones homólogas (sangre de otra persona, compatible). El objetivo era el mismo: aumentar el hematocrito y la entrega de oxígeno al músculo en esfuerzos sostenidos.

Los anabolizantes -amplia familia de compuestos derivados de la testosterona- se usaban en periodos de entrenamiento y recuperación, acelerando la ganancia muscular y la resistencia al daño del esfuerzo continuado. Los corticoides, por otro lado, se empleaban tanto para camuflar fatiga e inflamaciones como para perder peso y aumentar la agresividad competitiva.

Cuando la microdosificación se convierte en un reto

La ciencia no puede permanecer inmóvil ante los villanos. A partir de la segunda mitad de la década del 2000, la presión mediática, los enormes escándalos públicos y la mejora de los métodos analíticos marcaron un antes y un después. Se introdujeron dos grandes revoluciones: los controles fuera de competición y el pasaporte biológico. El primero suponía que los ciclistas podían ser controlados en cualquier momento y lugar, no solo durante las carreras, rompiendo así la planificación de ciclos de dopaje por ventanas libres de vigilancia.

El pasaporte biológico, instaurado oficialmente en 2008, fue aún más determinante: monitoriza parámetros sanguíneos y hormonales durante toda la temporada, permitiendo detectar cambios sospechosos, aunque no haya una sustancia concreta presente en el control.

Pero claro, el mal nunca duerme. Las sustancias clásicas fueron perdiendo protagonismo y aparecieron nuevos actores en el mundo del fraude: sustancias de microdosificación, drogas con perfiles farmacocinéticos difíciles de detectar. La microdosificación consiste, básicamente, en administrar pequeñas cantidades de EPO o anabolizantes, justo por debajo del umbral de detección, manteniendo los niveles de rendimiento sin exponerse a un positivo flagrante. Los usuarios de esta estrategia cambiaron las grandes cargas periódicas por pequeñas infiltraciones regulares.

De forma paralela, comenzaron a circular nuevas familias de sustancias, en muchos casos aún en investigación médica: los llamados SARMs (moduladores selectivos del receptor de andrógenos) y los péptidos sintéticos. Los SARMs prometían efectos similares a los anabolizantes clásicos, pero con menores efectos secundarios y, sobre todo, una vida media variable, lo cual dificultaba su rastreo. Los péptidos sintéticos consisten en pequeñas cadenas de aminoácidos que simulan acciones hormonales: la liberación de hormona de crecimiento, de EPO endógena o, incluso, de agentes reparadores musculares.

Otra tendencia reciente ha sido el uso, y en ocasiones abuso, de medicamentos inicialmente destinados a patologías crónicas. Así, los agonistas beta-2 (como el salbutamol) se usan para mejorar la función pulmonar, los inhibidores de SGLT2 o las insulinas para manipular el metabolismo energético y, recientemente, los fármacos destinados a la obesidad y la diabetes han generado preocupación entre los expertos por sus efectos potenciales en el control del apetito y el peso.

Una variable reciente incorporada en esta ecuación es el uso de biohacking y tecnologías de modificación genética. Aunque aún no se han probado casos confirmados a gran escala de “gene doping” en ciclistas, la posibilidad inquieta tanto a agencias antidopaje como a los propios atletas. Técnicas como la transferencia de genes para la síntesis aumentada de EPO o la manipulación de factores de crecimiento muscular son ya tema de debate ético y científico, y la vigilancia sobre laboratorios clandestinos es más intensa que nunca. Hasta el momento, el arsenal antidopaje se centra en la vigilancia y en la elaboración de mapas genéticos que puedan identificar tanto el uso como las intenciones de manipulación.

En el fondo, la evolución del dopaje en el ciclismo es el reflejo de la eterna ambición humana por explorar los límites, y del precio que la modernidad está dispuesta a pagar.

en cualquier caso, el verdadero triunfo consiste en competir y ganar con limpieza, sabiendo que lo que cuenta ya no es la química secreta, sino la transparencia, la integridad y el respeto duradero por el deporte.



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