
Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable
6 de octubre de 2025Una droga conocida como kush está causando furor y, sobre todo, preocupación en el África subsahariana. Se trata de una droga compuesta principalmente por cannabis mezclado con opioides sintéticos, algunos hasta veinticinco veces más potentes que el fentanilo, un opioide conocido por su alta letalidad. Esta combinación la hace extremadamente peligrosa.
El kush nació en Sierra Leona en 2022 y en poco tiempo se ha extendido a países vecinos como Guinea-Conakry, Liberia, Guinea-Bisáu, Gambia y Senegal, siendo Zambia y otros países de África Occidental las nuevas fronteras donde se está asentando. A diferencia del cannabis tradicional, el kush tiene una potencia letal mucho mayor debido a la adición de estos opioides sintéticos altamente adictivos y peligrosos.
Algunas razones explican la rápida adopción del kush en el África subsahariana. En primer lugar, su bajo precio: en Dakar (Senegal) se puede adquirir una dosis por menos de un euro. Este coste accesible ha provocado que sea una de las drogas preferidas entre los sectores más pobres, que buscan un escape a las difíciles condiciones sociales, económicas y laborales que enfrentan.
Además, el kush produce efectos intensos, pero de corta duración que llevan al consumidor a querer repetir el consumo en poco tiempo, aumentando rápidamente la dependencia. Esto, sumado a una baja regulación y difícil control de sustancias, ha generado un acceso masivo para jóvenes y personas vulnerables que buscan alivio frente a la pobreza, el desempleo y las situaciones de violencia o trauma social.
Los consumidores de kush experimentan efectos complejos y peligrosos. La mezcla de cannabis con potentes opioides provoca alteraciones graves en el sistema nervioso central, generando desde ansiedad extrema y depresión hasta cuadros de convulsiones y sobredosis fatales. Las autoridades en los países afectados han denunciado un aumento significativo de muertes relacionadas con esta droga, con funerarias saturadas e incrementos en muertes repentinas, que en algunos lugares obligan a realizar cremaciones masivas e, incluso, abandono de cuerpos en las calles.
La dependencia física y psicológica es grave. Además de los riesgos inmediatos por sobredosis, el uso crónico deteriora la capacidad cognitiva, daña órganos vitales como el hígado y el corazón, y provoca aislamiento social y deterioro familiar. Muchos jóvenes han perdido sus perspectivas vitales, quedando atrapados en ciclos de consumo que difícilmente pueden abandonar sin ayuda profesional adecuada.
África subsahariana enfrenta un contexto de elevada pobreza, falta de empleo estable, crisis sanitaria y desestructuración social. Además, la pandemia global empeoró estas condiciones, aumentando el consumo de sustancias como mecanismo de afrontamiento del estrés y la ansiedad en la población joven.
El kush se ha convertido en una vía de escape accesible y rápida, pero también en un síntoma del abandono institucional y la ausencia de políticas efectivas de salud pública. Los centros de tratamiento de adicciones son escasos y tienen pocas capacidades, y a menudo los recursos financieros y humanos son insuficientes para atender a los miles de afectados. En el caso de Guinea-Conakry, el centro Sajed atiende a pacientes adictos al kush y otras sustancias, pero carece de medios para afrontar la magnitud del problema. Hay también un estigma social enorme, que dificulta la búsqueda de ayuda por parte de los usuarios.
El impacto del kush es enorme y multifacético. A nivel individual, arruina vidas a causa de la adicción, mientras que en el tejido social genera problemas de violencia, delincuencia y desintegración familiar. Se calcula que cada día miles de jóvenes están siendo atrapados por esta droga, perdiendo oportunidades educativas y laborales, y aumentando la marginalización.
La emergencia de esta sustancia ha motivado a varios gobiernos y organizaciones a declarar estados de emergencia sanitaria, con campañas de prevención y mayor cooperación internacional para frenar el tráfico y mejorar el acceso a tratamientos. Sin embargo, la respuesta es insuficiente frente a la magnitud del problema, y muchos expertos piden una estrategia integral que combine salud pública, educación, oportunidades económicas y fortalecimiento institucional para que los jóvenes tengan alternativas reales.