Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable
30 de septiembre de 2025La relación tradicional entre médico y paciente está en plena transformación. Por un lado, existe mayor empoderamiento del paciente, quien llega a la consulta con preguntas más informadas y, en ocasiones, con expectativas poco realistas basadas en lo leído en internet. Por otro, algunos médicos ven internet como un aliado: pueden guiar al paciente hacia fuentes fiables y aprovechar la consulta para desmentir mitos o corregir errores.
Se estima que más de la mitad de los internautas han consultado alguna vez al “doctor Google”, buscando información sobre síntomas, enfermedades o tratamientos antes de acudir a un profesional de la salud. En España, diversas encuestas recientes señalan que al menos el 53,6% de la población ha recurrido a internet para resolver dudas médicas, y el dato sube al 65% si se considera solo el uso para investigar enfermedades, situando a España entre los países europeos con mayor tendencia a autodiagnosticarse a través de la red.
Las preguntas más habituales reflejan preocupaciones cotidianas y molestias frecuentes, aunque también hay interés en enfermedades complejas. Según los datos más recientes, las consultas más comunes en Google durante el último año fueron preguntas como: “¿Qué es el TDAH?”, “¿Qué causa el hipo?”, “¿Cómo dejar de roncar?”, “¿Cómo disminuir el colesterol?” o “¿Cuál es la tensión arterial normal?”.
Además de síntomas comunes, hay preguntas sobre dietas, tratamientos, duración de enfermedades infecciosas como la gripe, y cuestiones sobre trastornos mentales como el trastorno bipolar o enfermedades autoinmunes como puede ser el lupus.
La consulta de salud en Google no distingue por edad, género ni nivel educativo, pero sí se ha perfilado cierto tipo de usuario más proclive a emplear este recurso. El usuario promedio de doctor Google suele ser una persona entre 25 y 50 años, con acceso regular a internet y manejo básico de tecnologías digitales. Se observa un mayor uso en mujeres, quienes históricamente asumen el rol de cuidadoras e intermediarias, buscando información tanto para sí mismas como para familiares.
Por nivel educativo, aunque todos los estratos consultan, quienes poseen estudios superiores tienden a discriminar mejor entre fuentes y a cuestionar la información encontrada. Sin embargo, también existe el fenómeno conocido como “cibercondría”: la ansiedad provocada por la interpretación excesiva y muchas veces inadecuada de los síntomas consultados en internet.
A pesar de que internet ofrece acceso a cierta información de calidad, el principal riesgo está en la falta de fiabilidad y la sobreabundancia de datos contradictorios. Muchas páginas no cuentan con validación médica, lo que puede llevar a diagnósticos erróneos, retrasos en la consulta profesional o automedicación peligrosa.
Uno de los problemas más habituales es la dificultad para distinguir la gravedad real de los síntomas. Al buscar en internet, el mismo malestar puede estar relacionado desde una dolencia menor hasta enfermedades muy graves, lo que frecuentemente aumenta la ansiedad y el miedo. Esta situación puede tener consecuencias psicológicas graves: insomnio, tensión muscular, irritabilidad y estrés prolongado, deteriorando así el bienestar mental del individuo.
Además, la información fuera de contexto clínico es otro de los grandes riesgos. Los motores de búsqueda como Google no tienen acceso a la historia médica personal, ni pueden valorar antecedentes, situación clínica o realizar exámenes físicos. Por lo tanto, apoyarse únicamente en internet para tomar decisiones sobre tratamientos, pruebas clínicas o medicación puede tener consecuencias directas en la salud. Automedicarse guiándose por recomendaciones online o retrasar una consulta médica por confiar en supuestas explicaciones encontradas en línea, puede poner en peligro la vida al omitir diagnósticos graves o urgencias reales.
Por último, el impacto en la relación médico-paciente no debe subestimarse. Acudir a la consulta con ideas preconcebidas, argumentadas únicamente por información extraída de Google, puede generar confrontaciones, pérdida de confianza e incluso conflictos a la hora de seguir las recomendaciones profesionales. La sobrecarga informativa puede dificultar una comunicación eficaz, además de alimentar bulos o mitos sobre enfermedades y tratamientos.
En definitiva, consultar a “doctor Google” puede transformar una simple duda de salud en una fuente de ansiedad, errores de diagnóstico y tratamientos peligrosos. La información encontrada en internet rara vez sustituye la experiencia de un profesional sanitario y, por el contrario, puede inducir a automedicación incorrecta, a distraer de patologías graves, y a sufrir estrés innecesario por la sobrecarga de datos poco fiables. En definitiva, ante cualquier inquietud médica la conclusión elocuente es clara: ninguna búsqueda online debe reemplazar la consulta con un profesional de la salud.