Por Clara Arrabal
23 de mayo de 2025“¡Sal ya del agua, que te vas a poner como una pasa!”, le dice una madre a su hijo pequeño en la piscina. Sin embargo, esta expresión popular, aunque curiosa, no pilla por sorpresa a ninguno de los veraneantes que se encuentran alrededor. Y es que “ponerse como una pasa” es una clara referencia a que los dedos del pequeño están comenzando a arrugarse por permanecer mucho tiempo dentro del agua, simulando sus yemas los dibujos que podemos encontrar en estos frutos secos.
Más allá de la expresión, las arrugas que aparecen en las manos cuando las mojamos esconden tras de sí un interesante y curioso secreto: estas marcas en la piel son siempre idénticas, según ha constatado una investigación de la Universidad de Binghamton y publicada en la revista Journal of the Mechanical Behavior of Biomedical Materials. Pero, ¿por qué se arrugan nuestros dedos ante el contacto prolongado con el agua? ¿Y por qué son siempre las mismas aunque el agua tenga diferentes características?
Desde tiempos ancestrales se ha considerado que esta reacción se debe a que la piel absorbe el agua. Sin embargo, en los años 30 del siglo pasado unos científicos descubrieron que las personas con daños en los nervios de los dedos no presentaban arrugas tras mojarse, por lo que la hipótesis principal quedó desechada y los científicos volvieron a la carga: tenían que encontrar explicación a este fenómeno.
Actualmente, sabemos a ciencia cierta que, cuando la piel se expone al agua durante un periodo de tiempo prolongado, los conductos sudoríparos se abren y permiten que el líquido fluya por el tejido cutáneo. De esta manera, la proporción de sal dentro de nuestro tejido disminuye y nuestras fibras nerviosas así se lo hacen saber al cerebro. Entonces, el sistema nervioso responde contrayendo los vasos sanguíneos o, dicho de otra manera, arrugando la piel.
Esto se produce porque, al estrecharse los vasos sanguíneos, el volumen de la piel se reduce y se pliega sobre sí misma. Además, se vuelve más pálida por la dilatación. Todo ello explica que las personas que han sufrido daños nerviosos no presenten arrugas, ya que el cerebro nunca recibirá el estímulo.
Ahora, la ciencia da un paso más y demuestra que estos pliegues de la piel no son aleatorios, sino que, cada vez que nuestros dedos se mojan, nuestro organismo siempre reproduce los mismos patrones.
Esto fue demostrado por el ingeniero biomédico Guy K. German, quien sumergió en agua dos días seguidos los dedos de varios participantes y después comparó los resultados obteniendo una respuesta inequívoca: los dibujos de las arrugas seguían exactamente el mismo patrón en ambas ocasiones.
Esto se debe, como explicó el propio German, a que los vasos sanguíneos que provocan las arrugas al contraerse no han variado su ubicación, por lo que los patrones son prácticamente idénticos cada vez que nos mojamos las manos.
Este descubrimiento, más allá de la curiosidad, puede ser clave en el reconocimiento de los restos humanos o en las investigaciones forenses. Además, se cree que este fenómeno puede significar una ventaja evolutiva, ya que las arrugas mejoran el agarre en las superficies mojadas.