Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable
19 de enero de 2023Hace ya algún tiempo que la profesora Loretta G Breuning, de la Universidad Estatal de California, publicó “Habits of a happy brain”, un libro en el que explicaba de forma amena y divertida las claves para que nuestro cerebro se sienta feliz sin necesidad de recurrir a sustancias prohibidas o medicamentos.
Y es que la felicidad, el bienestar, el placer, la relajación y el alivio del dolor físico y emocional de nuestro organismo se consigue gracias a un concierto perfectamente orquestado por cuatro sustancias químicas: dopamina, oxitocina, serotonina y endorfinas.
La dopamina es una sustancia química directamente implicada en los mecanismos de motivación y recompensa cerebral. Esta sustancia, a la que podríamos calificar de mediadora del placer, participa en la génesis de sentimientos relacionados con el amor, la lujuria y las adicciones.
La sensación de placer derivada de niveles elevados de dopamina es precisamente la causa de que repitamos conductas placenteras y de que haya “buscadores de sensaciones”. Por el contrario, cuando esperamos un premio y no lo conseguimos los niveles de dopamina en nuestro cerebro se desploman hasta niveles insospechados.
En nuestro cóctel de la felicidad no puede faltar la oxitocina –la hormona del amor-, la sustancia que nos hace ser más empáticos y que nos pongamos en los zapatos del que tenemos a nuestro lado.
Esta hormona está implicada en multitud de comportamientos que podrían catalogarse de deseables, como pueden ser las relacionales sociales y familiares, puesto que desempeña un papel crucial en la sociabilidad y la confianza.
Según la Organización Mundial de la Salud, la depresión afecta a más de 300 millones de personas en todo el mundo. Una discapacidad en la que existe un descenso sostenido de serotonina, un neurotransmisor que también está implicado en el insomnio crónico y en los comportamientos impulsivos.
Cuando aumentan los niveles de serotonina en los circuitos neuronales se generan sensaciones de bienestar, relajación y satisfacción, incrementado la concentración y autoestima.
Muchas son las voces autorizadas que consideran que las endorfinas, unas sustancias descubiertas en la década de los cuarenta del siglo pasado, son incluso más potentes que algunos analgésicos.
Se trata de pequeñas proteínas que se producen de forma natural y que, además de inhibir el dolor, potencian la creación de lazos sociales, siendo las responsables, por ejemplo, de la sensación de bienestar y entusiasmo que describen los deportistas después de correr una maratón.
Para todos aquellos que no quieran hacer ejercicio pueden conseguir una “breve euforia endorfínica” cantando, bailando o ingiriendo una comida extremadamente picante. En esta línea, un grupo de científicos de la Universidad de Oxford descubrieron que ver películas tristes también incrementa los niveles de estas sustancias.
Ahora que ya tenemos los cuatro ingredientes, tan solo nos faltaría, como dice James Bond, disfrutar de un cóctel “agitado, no mezclado”