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La doctora, la inmigrante y la niña

La tecnología es la herramienta más eficaz para reducir las desigualdades

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La doctora, la inmigrante y la niña

Por Peter BABEL

27 de diciembre de 2022

Hay escenas de la vida cotidiana, que nos proporcionan más información que la lectura de un ensayo de sociología, de la misma manera que existen secuencias, en algunas películas, que nos iluminan sobre decisiones que hemos tomado o tendremos que tomar a lo largo de nuestra existencia.

El otro día, en casa, sonó un móvil sobre una mesa. Me acerqué pensando que sería mío o de mi mujer, pero el color rosa de la carcasa me informó que tendría que ser de la joven que viene por casa a ayudarnos en las necesarias y pesadas tareas domésticas.

 -¡Jennifer! -pronuncié en voz más alta de lo habitual- Creo que le están llamado por teléfono. 

Al poco, apareció Jennifer, una mujer activa y agradable, que me sonrió mientras se dirigía hacía el teléfono, comentándome:

 -Será la doctora. Perdone la molestia, es que tengo a mi hija un poco enferma. 

Una circunstancia de la vida vulgar, que se repetirá miles de veces en cientos de lugares, y que no tiene ninguna trascendencia. Sin embargo, en esta ocasión, me dio por pensar que se trataba de una escena en la que se reunían tres mujeres de diferente edad y distinto lugar de nacimiento, unidas por la tecnología del teléfono móvil, que ya sirve incluso para enviar recetas por WhatsApp. Pero también pensé que la tecnología es la herramienta más eficaz para reducir las desigualdades y es palanca clave para que una sociedad pueda progresar en su conjunto y me acordé del rol de Telefónica como actor social en nuestro país para que nadie se quede atrás.

La doctora, dados los largos estudios de Medicina, y el paso por el MIR, hasta alcanzar la especialidad, seguramente era mayor que Jennifer. Y ninguna de las tres compartían el mismo lugar de nacimiento. Era casi seguro que la doctora hubiera nacido en España; Jennifer me consta que era de Honduras, y también conocía a su hija, que había nacido en Méjico, merced a una azarosa aventura que sería demasiado prolijo de detallar.

Pero lo que a mí me deslumbraba era el triple protagonismo femenino en variados estratos, comenzando por la ocupación de la mujer en ámbitos profesionales, antes casi formado por un exclusivo coto masculino. Las doctoras en medicina, las jueces y las periodistas, por ejemplo, eran rarezas en mi juventud y, sin embargo, ahora, comenzaban a ser mayoritarias en esas profesiones, aunque esa cantidad no se correspondía con los porcentajes de responsabilidad en la jerarquía.

Es cierto que Jennifer, por origen, peripecias y falta de oportunidades, representaba el papel tradicional dentro de una sociedad cambiante, y que, sin duda, ayudaría a transformar más su hija, una chica espabilada y estudiosa, a la que no conocía profundamente, pero sí lo suficiente para atisbar que sus oportunidades eran ya mucho mayores de las que había dispuesto su madre.

Y, luego, estaba el teléfono móvil, un instrumento tecnológico interclasista, mucho más que el automóvil, porque los coches exhiben su gama y su precio de manera evidente, mientras el móvil -aunque los hay de precios muy diversos- no ostentaban su valor comercial de una forma tan manifiesta.

Recordé el primer teléfono ambulante que vi en París. Digo ambulante, porque dependía de una especie de pesada caja, equivalente a esa maleta de mano que llamamos de “fin de semana” y que, por cierto, sólo suelen emplear las mujeres. Lo usaba el secretario de una organización relacionada con la Unesco, y me pareció una especie de liberación de la cabina telefónica, aunque la caja era bastante pesada e incómoda para trasladar.

Nunca pensé que, pasado el tiempo, incluso una persona insignificante como yo, dispondría de un aparato más ligero y más pequeño que una pitillera, que me dispensaría el mismo servicio que los teléfonos de fichas que abundaban entonces en bares y cafeterías y, claro, tampoco que habría más doctoras en Medicina que doctores, y que, a través de ese teléfono móvil, una médico española, tranquilizaría a una trabajadora de Honduras para que su hija, nacida en Méjico y educada en España, sanara de sus dolencias y siguiera formándose para beneficio propio y satisfacción de su madre.

     

 



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