Una de cada cinco personas sufre soledad no deseada en España, un problema de salud pública con impacto físico y mental

Una de cada cinco personas en España sufre soledad no deseada, una situación que, lejos de ser un simple malestar emocional, representa un importante problema de salud pública. 

A diferencia del aislamiento social, que puede medirse objetivamente y no implica necesariamente malestar emocional, la soledad no deseada refleja un desequilibrio entre la calidad o cantidad de relaciones que una persona tiene y las que le gustaría tener. Así lo recoge el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, que subraya que no se trata solo de estar solo, sino de sentirse solo.  

Como explica Elvira Lara, profesora de Psicología Clínica en la Universidad Complutense de Madrid, en declaraciones al Science Media Centre España, el término “no deseada” es clave porque “la soledad también puede ser elegida y saludable”. Además, se está promoviendo el uso del término “soledades” para reflejar la diversidad de situaciones y vulnerabilidades implicadas. 

La soledad no deseada se relaciona con consecuencias graves para la salud mental y física. Incrementa el riesgo de depresión, ansiedad, ideación suicida, enfermedades cardiovasculares, deterioro cognitivo, demencia, insomnio y otros trastornos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte de que sus efectos sobre la salud son comparables, e incluso superiores, a los del tabaquismo o la obesidad, y se asocia también a estilos de vida menos saludables y mayores niveles de estrés. 

En España, los últimos datos del Barómetro del Observatorio Estatal reflejan que el 20 % de la población declara sufrir soledad no deseada, una cifra que asciende al 21,8 % entre las mujeres y se sitúa en el 18 % entre los hombres. Además, casi la mitad de los ciudadanos asegura haberla sentido alguna vez en su vida. Aunque suele asociarse esta situación con la vejez, el grupo más afectado es el de jóvenes de entre 18 y 24 años, con un 34,6 %. 

Otros colectivos especialmente afectados son las personas con discapacidad (50,6 %), las personas migrantes (32,5 %), las personas LGTBIQ+ (34,4 %) y quienes tienen problemas de salud mental (en casi la mitad de los casos). En el caso de los jóvenes, el 58 % de quienes sufren soledad afirman haber sido víctimas de acoso escolar o laboral. La pobreza también es un factor determinante, al limitar el acceso a servicios, ocio y apoyo familiar. Según Elvira Lara, la vulnerabilidad económica “aumenta la tensión y el riesgo de desestructuración familiar” y “reduce las posibilidades de construir vínculos”. A esto se suma la diferencia de percepción entre hombres y mujeres: “Ellas suelen reconocerlo más fácilmente, mientras que muchos hombres viven la soledad como un estigma”. 

Frente a esta realidad, las expertas consultadas por el SMC insisten en que las intervenciones deben ser estructurales y transversales. Algunos países como Reino Unido y Japón han creado ministerios específicos. En España, se prepara un Marco Estratégico Estatal frente a la Soledad, aún pendiente de aprobación. Para Lara, este plan “debería ir dotado con recursos suficientes y servir como guía nacional”, mientras que la politóloga y experta en políticas sociales Inés Sánchez, también citada por el SMC, subraya el papel clave de los ayuntamientos: “Para hacer algo grande, hay que hacerlo pequeño”, afirma. 

Ambas coinciden en la importancia de realizar campañas de sensibilización que permitan reconocer el problema, fomentar la participación ciudadana y crear espacios de encuentro en las ciudades. También abogan por construir redes entre personas, instituciones sanitarias, servicios sociales y organizaciones del tercer sector. “No se trata solo de planes específicos, sino de adoptar una mirada que contemple la soledad en todas las políticas”, concluye Elvira Lara. 

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