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Cuando la mentira se apropia de nuestra vida: así es el cerebro del mitómano

La mentira patológica no se construye de una sola vez, se improvisa, se refuerza y, en muchas ocasiones, se cree

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Cuando la mentira se apropia de nuestra vida: así es el cerebro del mitómano
Foto de Matheus Bertelli:Pexels

Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable

23 de julio de 2025

El ser humano, desde la infancia, convive con la mentira. Todos, en algún momento, hemos recurrido a pequeñas distorsiones de la realidad para evitar un castigo, ganarnos una simpatía o superar una situación incómoda. Lo habitual es que la mentira sea episódica, limitada a contextos puntuales y que quien la practica sea consciente de su falta de veracidad.

Sin embargo, hay personas en las que la mentira no es un resbalón ocasional, sino la columna vertebral sobre la que se sostiene su identidad. Es el caso de los llamados mentirosos patológicos, figuras que emergen en la cultura popular con fuerza, sobre todo cuando sus historias son grandilocuentes y escandalosas. Fue el caso de Enric Marco o Tania Head.

Enric Marco llegó a presidir la Amical de Mauthausen y a recibir homenajes institucionales por ser un supuesto superviviente de los campos nazis. Se paseó por colegios dando testimonio de un horror que nunca vivió. Tania Head, por su parte, fue durante años la cara institucional de los supervivientes del 11S de Nueva York, aunque ni siquiera estuvo allí aquel día. Ambas historias tienen en común algo inquietante: durante años, cientos de personas, periodistas y víctimas reales creyeron sus relatos.

Déficit de autoestima y humillación

La mentira patológica no es solo una conducta, sino muchas veces un síntoma de algo más profundo. A diferencia del mentiroso ocasional, que miente por obtener un beneficio concreto y cuyo malestar tras la mentira suele llevarle a confesar o a rectificar, los mentirosos patológicos desarrollan toda una cosmovisión alternativa. No elaboran una sola historia falsa, sino que improvisan sin cesar para que su mentira resista a la duda. A menudo se descubren en ellos rasgos que apuntan a una personalidad profundamente necesitada de afecto, validación y protagonismo.

La patología de la mentira, conocida en el entorno psiquiátrico como mitomanía o pseudología fantástica, tiene descripciones centenarias. Ya en 1891, el psiquiatra Anton Delbrück habló de ella para describir a personas capaces de inventar biografías completas que acaban creyéndose ellos mismos. Estos sujetos no son necesariamente psicópatas aunque su comportamiento pueda parecer manipulador. La diferencia esencial está en la motivación: mientras que el psicópata miente por beneficio frío y calculado, el mitómano suele estar impulsado por una necesidad más emocional: conquistar audiencia, cariño o estatus.

Diversas teorías psicológicas sugieren que en muchos casos la raíz está en un déficit de autoestima o en experiencias tempranas de desprotección, humillación o falta de afecto. El mentiroso patológico no miente simplemente para obtener dinero o favores; necesita que el mundo le vea con los ojos con los que no se ve a sí mismo. Marco, por ejemplo, encontró en la figura de héroe y víctima la admiración que quizá no obtuvo en otros ámbitos, mientras que Tania Head experimentó el respeto y la compasión que, sin el disfraz del trauma, nunca hubiera logrado.

El cerebro del mentiroso patológico

Quién miente de manera patológica no suele prever las consecuencias a largo plazo. Suele ceder a una urgencia momentánea: la de impresionar, destacar o acallar una sensación de insignificancia. Y si la mentira se sostiene y se refuerza con el aplauso social, la persona experimenta algo parecido a una euforia adictiva, se convierte en un premio inmediato que anima a seguir innovando nuevas falsedades.

La mentira consciente requiere una especial actividad en algunas regiones cerebrales relacionadas con el control ejecutivo, la inhibición de respuestas y la gestión de información contradictoria, entre ellas la corteza prefrontal. Al mentir, el cerebro debe suprimir la verdad conocida y fabricar una versión alternativa, lo cual consume recursos cognitivos. Los mentirosos patológicos muestran menos signos de ansiedad y menos carga en la actividad del córtex prefrontal que quienes mienten ocasionalmente. Parecen haber entrenado, sin proponérselo, el cerebro para mentir con fluidez y naturalidad.

En el mentiroso patológico, además, hay una auténtica satisfacción cuando la mentira es creída, similar a lo que ocurre en otros comportamientos adictivos. La dopamina, el neurotransmisor de la recompensa, podría jugar aquí un papel central: la aprobación social y el éxito de la mentira aportan una gratificación inmediata que refuerza el ciclo del engaño.

No puede pasarse por alto un elemento central: la relación entre mentira patológica y narcisismo. No todos los mentirosos patológicos son narcisistas, pero muchos comparten la necesidad de sentirse especiales, dueños de una historia única y merecedores de reconocimiento. Es normal detectar en ellos una fantasía de grandeza, una sensibilidad extrema a la crítica y una tendencia a explotar emocionalmente a los demás.

En este punto cabe preguntarse, ¿los mentirosos patológicos son plenamente conscientes de sus engaños? Hay quienes sostienen que estos individuos “creen” parcialmente sus mentiras, como mecanismo de defensa contra una identidad que consideran insuficiente. Al narrar sus historias inventadas pueden experimentar durante instantes la convicción de que aquello ocurrió de verdad. De alguna forma la mentira se convierte en una armadura emocional que termina devorando cualquier noción objetiva de quiénes son.

No conviene perder de vista el sufrimiento que subyace a la mayoría de estas vidas. La mentira patológica, más que un acto de maldad, suele esconder una angustia existencial profunda. Es el resultado de carencias, traumas o inseguridades que nunca encontraron otra forma de ser gestionados. El mentiroso patológico “roba” historias porque no tolera el desamparo de la propia, ansía la identidad que la vida no le ha dado. Y es que la mente humana busca sentido, identidad y amor. Cuando todo esto falta, algunos encuentran una vía de escape en la mentira.



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