Por Pedro Gargantilla, director médico de Medicina Responsable
16 de julio de 2025Antes de que la anestesia hiciera su entrada triunfal el paciente debía prepararse para el suplicio siempre que era sometido a una cirugía. Se le ofrecía una buena dosis de alcohol -a veces hasta que perdía el conocimiento-, se le sujetaba con correas y se le daba un trozo de cuero para morder. ¡Porque nada alivia el dolor como masticar cuero!
El cirujano, un hombre de nervios de acero y manos ágiles, debía trabajar a la velocidad de la luz. ¡Cuanto más rápido, menos sufrimiento! Algunos cirujanos famosos podían amputar una pierna en menos de un minuto.
El ayudante, un hombre fuerte y robusto, tenía la importante tarea de sujetar al paciente y contener sus gritos. Porque nada interrumpe más una cirugía como los gritos desgarradores. A veces, se contrataba a un coro de hombres para cantar a todo pulmón y ahogar los lamentos del paciente.
Afortunadamente todo cambió en el siglo XIX. El éter y el cloroformo revolucionaron la medicina, permitiendo cirugías indoloras y procedimientos quirúrgicos menos traumáticos. La primera vez que se usó la anestesia fue en la consulta de un dentista