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¡Pobres pediatras!

El Gobierno pretende convertirles en educadores de sus pacientes

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¡Pobres pediatras!
Freepik

Por Luis del Val

4 de junio de 2024

Ignoro si, a última hora, la estupidez de obligar a los pediatras a que se conviertan en detectores de vicios, originados por una mala educación familiar, se haya detenido, pero por lo que se ha filtrado del proyecto de “Ley de protección del menor en los entornos digitales”, pretenden incluir una serie de preguntas obligatorias, que los pediatras deberán formular a sus pacientes menores de edad, para detectar si tienen problemas con los móviles y el aislamiento social. Es decir, por ley, quieren convertir a los sufridos pediatras en educadores, profesores de escuela y padres de los pacientes. Sería, exactamente, la misma tontería que si, por ley, se obligara a los profesores de educación primaria a que fueran responsables de curarles las anginas o la diarrea a sus alumnos.

Se pueden redactar leyes sin mucha preparación, sin conocimientos especializados en las materias a reglamentar, incluso con una inteligencia menor de la media, pero no se puede permitir que la falta de sentido común estropee la vida de médicos especialistas o altere, todavía más, su ya complicado trabajo.

El menor de edad no es responsable del abuso de los aparatos digitales. Ni su pediatra. Ni el panadero del barrio, ni el director de la banda municipal de su pueblo o ciudad. La responsabilidad es de los padres que, además de las obligaciones alimentarias y las responsabilidad civil subsidiaria, son los responsables de la educación de sus hijos. Y, cuando veo, algún domingo que otro, a una familia de cuatro miembros -padre, madre y dos hijos- reunidos en una cafetería, y observo que los niños viven al margen de la conversación de sus padres, absortos en sus respectivos móviles o, al revés, los hermanos hablando entre sí, y los padres, cada uno sumido en la observación de sus pantallas, deduzco que eso no lo arregla, ni el pediatra, ni el Colegio de Médicos, ni el director del centro escolar al que vayan los menores.

La soberbia del político metido a legislador es tan alta como su creencia de que, cualquier sociedad, evoluciona, de repente, con leyes y decretos.

Se trata de la versión tabernaria del asiduo a la barra que, ante cualquier problema, dice con seguridad “Eso lo arreglaría yo, en dos patadas”. Lo bueno del tabernario es que nadie le deja dar dos patadas. Lo malo del soberbio ignorante que se pone a legislar, es que da patadas que se convierten en leyes.

Por favor, dejen tranquilos a los pediatras.



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