El Omeprazol y la pachorra

No hay que confundir la flema con la pachorra, ni la indolencia con la lentitud. Y, desde hace ya bastante tiempo, se observa indolencia y pachorra, tras los continuos informes en los que se alerta de los peligros del uso del omeprazol. 

No me refiero al abuso, porque el abuso es siempre peligroso, incluso el pan: te comes cinco kilos de pan de una sentada y te puedes morir. Hablo de los numerosos informes que destacan los problemas -ya no sé si se pueden denominar “secundarios- derivados de la ingesta del omeprazol. Desde el cáncer hasta el funcionamiento del riñón, desde problemas colonorectales hasta dificultades hepáticas.

¡Vaya! Agrupas todas las advertencias publicadas, sólo en los dos últimos meses, y parece que en lugar de un medicamento estás aludiendo a un veneno peligroso. 

Ya sé que los laboratorios siempre adjuntan un largo rosario de posibles efectos adversos sobre cualquier producto, y confieso que yo no suelo leer. Pero suelen añadir porcentajes: un caso entre cien, entre mil, entre diez mil… etcétera. Las noticias que advierten de las derivadas de la ingesta del omeprazol se saltan este requisito tranquilizador, al menos para los que no creemos en la lotería, pero tenemos cierta confianza en las estadísticas. Y, por otro lado, tampoco se observa ninguna reacción por parte de la industria farmacéutica, en defensa del producto.

Vamos, voy mañana al médico, me dice que antes de otro medicamento ingiera omeprazol, y me quedo confuso, sin saber si el médico no me quiere, si no tiene tiempo de leer lo que leo yo, si hay una campaña contra el omeprazol o si existe una especie de ley del silencio. 

Me consta que agosto es el mes de las vacaciones, pero me temo que vendrá septiembre, la vendimia, y las fiestas del Pilar, y continuará la pachorra. Y, con ella, la desconfianza y el desprestigio… sean alocados, certeros o injustos.

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