Por Luis del Val
27 de septiembre de 2024La ventaja intrínseca de ir engullendo calendarios es que no tienes que acudir a historiadores para que te expliquen las transformaciones sociales, sino que las has visto e, incluso, has llegado a ser coprotagonista de ellas. En la España de la posguerra, los hijos de las familias pobres eran más flacos y más enjutos. Los alimentos básicos, desde el pan y la leche hasta el aceite, estaban racionados y, sólo los que tenían dinero, podían acudir al mercado negro, que aquí se denominaba estraperlo. Hasta muy pasados los años 50, un bebe grueso y redondeado, o un niño con algo de sobrepeso, eran símbolo de la prosperidad de la familia.
Ahora, sucede todo lo contrario, y el porcentaje de niños obesos es más alto en las familias con menores ingresos. En general, la cultura dietética de los españoles no alcanza calificaciones notables. Y a la escasa presencia de frutas, verduras y legumbres, en la dieta diaria, se une la invasión de comida procesada y bebidas inocentes que están llenas de azúcares artificiales. Una hamburguesa es mucho más barata que un solomillo, pero contiene más grasas y muchas menos proteínas. Cien gramos de chorizo o mortadela sin seleccionar sacian el hambre y son mucho más baratos que cien gramos de jamón, pero, como me decía el recordado Francisco Grande Covián, cien gramos de jamón equivalen a medio kilo de carne de vacuno seleccionada.
Si a ello añadimos que los juegos infantiles, de saltar y correr, se han sustituido por la actividad sedentaria de mirar sentado el móvil de mamá o el propio, la ecuación se explica sin palabras. Porque el móvil tampoco es un signo de prosperidad: la pobre de pedir, que se sienta a la entrada del estanco de mi pueblo, veo cómo consulta su móvil.
Artículo emitido en el programa La Linterna de Cadena Cope