Por Peter BABEL
5 de agosto de 2025Soy de los convencidos de que no existe en el mundo ningún usuario de piscina que, por motivos de urgencia, pereza o mala intención, no haya descargado parte del contenido que almacenamos en la vejiga, mientras hace como que nada o juguetea en el agua.
Y no te digo, la tentación irresistible del agua templada del spa, y la incitación que suponen los fuertes chorros a presión, sobre el cuerpo. Confieso que, cuando estoy en el spa, y me relajo con las burbujas, y veo a una señora de mediana edad que, al poco de meterse en la tina, las facciones se le ensanchan en una expresión de inmensa felicidad, me salgo enseguida, porque estoy convencido que esa felicidad viene de la satisfacción de dejarse de inhibiciones y permitir que la orina fluya libremente.
En mi etapa infantil corría el chiste de que, a un tal Eduardo, lo habían expulsado por mearse en la piscina. “¡Pero si todos, alguna vez, nos hemos meado!” exclamaba el más sincero de la peña. “Bueno -aclaraba el informante de la expulsión- pero es que Eduardo lo hacía desde el trampolín de cinco metros”.
La última novedad de guarradas egoístas ocurre en toda España. Cada vez hay más gamberros que han pasado del líquido al sólido. Y, no hay semana en la que, por ese motivo, no se clausure alguna piscina. El único consuelo es que el gamberro no puede repetir, ni bañarse, porque se cierra la piscina y el proceso de limpieza dura varios días.
Se trata de unos gamberros…¿cómo lo diría?… gamberros de mierda.