Médico de familia, una vocación admirable

Hace unos años, mi amigo Pepe Ros, nos juntó en un yate a un grupo de parejas a las que conocía, pero que no nos conocíamos entre sí. Había una estomatóloga, un anestesista, un especialista en leucemia y un médico. No es que los otros no fueran médicos -eran todos doctores en Medicina, amén de especialistas- pero cuando alguno de los pasajeros sentía alguna molestia física y consultaba con los especialistas, ellos decían siempre: “Consultáselo al médico”. El médico, o sea, el médico por antonomasia, era el doctor Miguel Bufalá, que no sabía casi todo de casi nada, pero sabía bastante de casi todo el cuerpo humano.

 En aquél viaje, la repetida frase de Ortega y Gasset -“Los árboles nos impiden ver el bosque”- se actualizó en mi mente, y advertí que, en la Medicina, quien contempla el bosque en su conjunto, es el médico de familia.

Pronto saldrán las notas de los MIR. Algunos, si la nota es baja, tendrán que renunciar a la especialidad por la que creen sentir más vocación, y habrá un grupo envidiable que, obteniendo altas calificaciones, se mantendrán fieles a la misión que más les gusta y serán médicos de familia. En esta sociedad -frívola y superficial- donde el talento se equipara a los ingresos económicos, y las apariencias y triunfos se asocian al brillo profesional, los médicos de familia no van a obtener muchos reconocimientos. Pero son el cimiento de la Medicina. Su base de sustentación, la jácena que permite al resto subir más pisos. Y, cuando en una sociedad fallan los cimientos, se hunde el sistema. Quisiera enviar mi admiración y agradecimiento anticipado a esa nueva generación de médicos de familia, que no van a ser médicos de familia por resignación, sino los auténticos sostenedores del sistema de salud, que siempre se quiebra, cuando fallan ellos, y que, gracias a su vocación, mantienen firme y erguido el edificio de la Medicina.

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