Por Peter BABEL
16 de mayo de 2025No le tengo antipatía alguna al ministro de Consumo, Pablo Bustinduy Amador, aunque no esté de acuerdo con su radical izquierdismo. Más aún, es de los pocos ministros que tiene un aseado currículo, y me pareció acertada su preocupación por la comida de los comedores escolares. Más aún: su madre fue una eficaz ministra de Sanidad, en la línea del socialismo democrático europeo, que propició Felipe González.
Me ha sorprendido, sin embargo, el señor Bustinduy, en su intención de inspeccionar la comida de los hospitales, porque la comida de los hospitales es un ejercicio diario de equilibrios de adaptación al centón de exigencias bromatológicas que exigen las enfermedades de los pacientes. Ni un anémico, ni un diabético, ni un depresivo neurológico, ni un deportista tras una operación, ni una gestante, ni un superviviente de un trasplante, pueden optar por el mismo menú. Un hospital no es un concurso de master chef, sino una adaptación a las necesidades médicas de los comensales, que son enfermos que quieren dejar de serlo. Precisamente, por ello, las cocinas de los hospitales son las únicas de todo el país que están vigiladas por nutricionistas, médicos generalistas y especialistas en alimentación.
No hay restaurante que esté sometido a tanta vigilancia. Y el resultado es coherente con la eficaz función: la comida no es para gourmets, sino para enfermos. No conozco a nadie que quisiera celebrar sus bodas de plata en un hospital, ni siquiera la primera comunión de sus hijos.
Ignoro los especialistas en nutrición con los que cuenta el ministro Bustinduy, pero no creo que estén más preparados, ni sean mayor en número, que los que hay en un hospital, porque un hospital no aspira a ser un restaurante clasificado con cuatro tenedores.
En caso de duda, le recomiendo que consulte con su madre.