Por Peter BABEL
17 de mayo de 2024En el siglo XXI, en general, las personas son reacias a creer en Dios, pero muchas de ellas creen que el agua se puede imantar, que una crema hace crecer el pelo o que las aletas de tiburón son un alimento que te puede llevar a las olimpiadas.
La sopa de aleta de tiburón, que solemos pedir en los restaurantes asiáticos, es tan falsa como los efectos saludables del agua imantada, porque el agua no se puede imantar, por la misma razón que no se puede imantar una barra de pan o un trozo de madera.
Las aletas de tiburón, además de no contener los fabulosos nutrientes de los que le adjudica la mentirosa leyenda, son peligrosas porque el tiburón acumula mercurio, y el mercurio no es lo mejor para una dieta sana. No obstante, la fantasía se impone a la realidad, y la sobrepesca del tiburón ha hecho que disminuya esta especie hasta un 95%, es decir, que donde antes había 100 tiburones, ahora sólo se encuentran 5, y esos 5 son muy perseguidos, porque las aletas se siguen cotizando.
Una de las formas salvajes de aprovechar las aletas de tiburón es cortárselas al animal, una vez pescado, y a continuación se arroja de nuevo al mar, donde naturalmente muere desangrado. En otros casos se aprovecha su carne, y en España, por ejemplo, se sirve rebozado y frito, llamándole cazón. En cosmética es apreciado por el escualeno que contiene su hígado, un potente aceite hidratante, pero el escualeno también se puede obtener de las olivas o del trigo. Vamos, que es una exageración pescar un tiburón para aprovechar su hígado, algo así como acabar con un rinoceronte para aprovechar su cuerno, que, según dice otra extendida mentira, posee cualidades afrodisiacas.
Y, si nadie lo remedia, dentro de poco ya no habrá tiburones. Los tiburones habrán desaparecido y la mentira continuará, pero sin producirle ganancias a nadie.