La enfermera asesina

La maldad y la vileza son muy democráticas y no discriminan a nadie. Ni por sexo, ni por edad, ni por nacimiento o domicilio. Ni por oficio o profesión. Sin embargo, a pesar de saberlo, siempre nos sorprende descubrir al malvado asesino dentro de actividades, como las religiosas o las sanitarias, donde se supone -con razón- que quienes combaten por sanar cuerpos y mentes están muy alejados de aprovecharse de sus situación y autoridad para matar semejantes. Es el caso de la enfermera británica Lucy Letby, que mató a siete bebés en un hospital de Chester, y lo intentó con seis más en otro centro hospitalario, lo que demuestra su intensa vocación asesina. Para terminar con la vida de las criaturas les inyectaba aire e insulina hasta que morían, misión sencilla, porque un ser humano de cuatro días de vida no opone ninguna resistencia. Ha sido condenada a cadena perpetua, en un país de la Unión Europea, donde la cadena perpetua se cumple, después de expresar que no tenía ningún sentimiento de culpa, y de jactarse que los bebés que no pudo rematar padecerían secuelas físicas y mentales. Hace menos de 20 años se suicidó un médico, también británico, con el loable objeto de que su esposa recibiera la pensión, que le arrebatarían si su esposo cumplía los 60 años. No los cumplió: el doctor Shipman se ahorcó en la cárcel antes de cumplirlo, demostrando su bondad hacia su esposa. ¿Por qué estaba en la cárcel? Pues porque había tenido menos bondad con más de 200 pacientes a los que había asesinado. Eso sí, nada de descuartizamientos, torturas y otras groserías: los mataba dulcemente con morfina. Tan amable, que, algunos le dejaban como heredero de sus bienes. El caso de la enfermera asesina, en cambio, es más “generoso”. Ningún egoísmo: el asesinato de los niños era puro. Sin recibir nada a cambio. Bueno, sí, una cadena perpetua, que nunca consolará a una docena de padres que hasta se culpan de no haber vigilado y velado a sus bebés.